12 jun 2014

El 1% restante







A mí me suele pasar, nunca he tenido gato, pero me he acariciado contra gente.

Las caricias suelen ser moneda de cambio, una forma no verbal de agradecer, el comienzo de unos preliminares o un vicio excesivo en mi caso.
Me gusta acariciarlo todo. Desde la fruta en el supermercado hasta la cajera.

Esto me viene de pequeñoz, un buen día comencé acariciándome a mí mismo y no voy a negar que me gustó. Pero de todo se cansa uno, así que probé a acariciar otra gente.
Al principio tocaba a los familiares más cercanos, a mami, papi, la amiga adolescente de mi hermana mayor, esa que venía a casa con un escote más profundo que los pensamientoss de Nietzsche.

Las caricias no dejan indiferente a nadie, pero todo varía según quién y cuándo te las ofrezcan.
Supongo que ese momento, tras acariciar a alguien, esa adrenalina que recorre mis venas, la ansiedad por saber su reacción, es lo que me engancha.

Si consultamos a la gente de a pie si les gustan las caricias seguro dirán que sí.
Si les decimos que son de un desconocido seguro que sonríen nerviosamente y pensarán en el morbo. Pero la realidad es otra. Una caricia, gesto de afecto, es rechazada brutal e inconscientemente el 90% de las ocasiones. El 9% restante lo hacen conscientemente.
Doy fe, y pena.

No lo hago por morbo,  son caricias, no fricciones simulando el coito entre dos perros salvajes.
Toco con respeto, sin permiso pero respetuosamente, siempre.

A nadie le gusta que invadan su espacio vital, personal. Ese metro y medio de nada que necesitamos todos.
Y digo necesitamos porque yo también me vuelvo intocable en ocasiones.
Es tumbarme en la cama y todo cambia. A ver, hablo de dormir.
No soporto que me toquen cuando duermo. Doy calor, por lo tanto la gente me da calor.
A ver, “gente”, quizá ha sonado excesivo,  en mi cama somos dos.

El acoso lo realiza mi señora esposa.
Odio que me hagan la cucharita, sus pies siempre están congelados.
Los pies de las mujeres están muertos. Da igual que se haya metido bajo el edredón, dos mantas, sábanas y una colcha. Llegas tú, rozas sus pies y sientes un frío polar que te hace estremecer.

Siempre he sido muy optimista, en los malos momentos me gusta acordarme de los que pueden estar pasándolo peor que yo. Por ejemplo, los esquimales casados.

No soporto esos cambios de temperatura. Pero es que tampoco estoy a favor de que me inmovilicen cuando duermo. Mi mujer abraza de un modo que no hay escapatoria, yo soy muy de moverme en la cama.
A ver, hablo de dormir.
Me pone excesivamente nervioso que delimiten mis movimientos.

“Calla anda, si sólo es un rato, es que tengo frío, además tú te duermes rápido”  
Eso es verdad, suelo dormirme nada más tumbarme, es como los móviles que cuando los giras cambian la pantalla a modo vertical. Yo si me pongo horizontal ya no soy yo.

Debo ser el 1% restante en las encuestas. Aquél que agradece una caricia de un desconocido, pero en la cama...

Todos sacamos nuestro lado oscuro en la cama.

@TRYBALblz


9 jun 2014

Dientes, dientes.





Soy de esas personas que piensan que las redes sociales, aun acercándonos mucho, nos han alejado más. Creemos que conocemos a mucha gente, pero en realidad no conocemos a nadie. Ponemos distancia entre nosotros a traves de un smartphone. Con lo fácil que es tomarse un café y charlar, compartir nuestras cosas en la cercanía, en lugar de hacerlo públicamente. Echo de menos las conversaciones de ascensor o saludarnos en el portal, pero estamos siempre atontados mirando la pantalla del iPhone. Podemos compartir mesa y ni siquiera mirarnos a los ojos. Eso sí, no dejamos de refrescar nuestro timeline, y si me apuras, mandamos un mensaje para pedir la sal.

El caso es que el otro día, en la consulta del dentista había un niño de unos diez años con su madre, ambos totalmente pegados al móvil. Ella le preguntaba todas sus dudas sobre el consumo de datos de WhatsApp y el pequeño las resolvía sin separar la vista de su Samsung SIII. Cabe destacar que el Smartphone del crío, era mucho mejor que el de su madre. En ese momento, me recordé con diez años, jugando con muñecas, cayéndome de la bicicleta, patinando y siendo curada con extremo cuidado por mi madre bajo el canto de “sana, sana, culito de rana”. Y es que si no has tenido las rodillas llenas de costras y mercromina (la roja, dejaos de mariconadas de cristalmina), no has tenido niñez.




Pero no creáis, yo soy igual. Antes de llegar a esa sala, había atravesado la calle con los auriculares puestos, mirando mi teléfono mientras se ponían en verde los semáforos e informando en Twitter de cuánto sufrimiento me esperaba por tener que ir a hacerme una endodoncia. Todo ello aderezado con mi clásica nota de sarcasmo y humor gracias al emoticono de la flamenca, que siempre es muy socorrido. Y el único que no me avergüenza usar, vaya. Así llegué al portal de Carmen, mi dentista, donde sólo levanté la vista del móvil para llamar por el telefonillo. Entras, te encuentras al portero de la finca, evitas cómo puedes el contacto visual y llega el momento más crítico de ser social: EL ASCENSOR.

No nos engañemos, las redes sociales son ese lugar donde mejor se defienden los más antisociales. Un mundo irreal que creamos a nuestra medida, un paraíso para demasiados egos sedientos de protagonismo, pero ese mundo no existe. Reconozco que me gusta Twitter, bien usada resulta una herramienta interesante. Puedes leer, expresarte, crear y compartir. Véase que no incluyo ligar, NO. Puede pasar, pero no es su finalidad. Así que insisto, no es el mundo real. Por lo menos no lo es sin red eléctrica. Volviendo al tema, me había quedado esquivando al portero. Atraviesas el pasillo y entras en el ascensor, donde un día cualquiera, hubieses hecho esto para tuitearlo bajo un “Ains” o “lloro”:




Pero no, HORREUR. Cuando ya se están cerrando las puertas, escuchas un "¡Espera, espera!" junto a una respiración acelerada. Alguien mete la pierna y se vuelven a abrir. Tienes compañía hasta el noveno. Si, si, NO-VE-NO.

-¡Perdona por el susto! Casi no llego…

-Tranquilo, no pasa nada.

Sin embargo, si pasa. Has roto mi rutina social antisocial, esa que tengo dominada. Esa donde puedo ver tu historial, saber quién eres, chequearte. Esa donde si no me gusta lo que dices, cómo eres o el mundo que has creado, te ignoro, no te contesto o incluso si me apuras, te bloqueo y hago desaparecer de mi mundo. Algo así como un asesinato virtual, amparado siempre por las surrealistas leyes de internet, las cuales nos proporcionan todo tipo de herramientas para que ese mundo irreal en el que vivimos, sea cada día más completo y humano. Qué gracia, nos aleja de lo humano, pero crea contenido para conectar con nosotros y que nos sintamos más humanos. Irónico, ¿verdad?

Una vez dentro del ascensor, ya sabéis.

-¿A qué piso vas? –Me preguntó

-Al noveno.

-¿Al dentista? Qué casualidad, yo también.

-Aham...

-No te había visto nunca.

Venga, pregúntame si vengo mucho por aquí y ya me matas. No es que sea borde, es que un “buenos días” basta, no nos pasemos. Me incomoda la gente que se entromete y pregunta mucho sin dar yo pie. Y no solo en la vida real, también en las redes sociales. No lo soporto, es que no lo soporto. El muchacho marca el noveno, se cierran las puertas del ascensor y se coloca detrás de mí. Observo de reojo cómo tiene su mirada literalmente clavada en mi culo. Podrías ser un pelín más discreto, igual tengo que meterte el dedo en el ojo para bloquearte en este mundo, o dejarte ciego. Incomodidad extrema. Casualmente, aun llevaba los cascos con la música muy bajita y empezó a sonar esto:




(Enjoy the song, please)

No había banda sonora más apropiada para lo que me esperaba. Subí la música (Subidla, es una orden). En fin, ya había socializado bastante por ese dia y mi guerra, en ese momento, era dental. No os vayáis a pensar que el ascensor era precisamente moderno. No, no, era uno de estos muy viejos, de poco más de un metro cuadrado, lento que dan ganas de tirar tú mismo de las poleas. Cuál fue mi sorpresa, cuando a la altura del segundo piso, noté como algo me rozaba el culo. ¿Serían imaginaciones mías? ¿Un mal movimiento de él? Giré la cabeza un poco hacía atrás mirando con mi clásico gesto: “Espero que no hayas hecho lo que estoy pensando, porque te arranco la mano”. Sólo le faltó silbar disimulando.

En ese instante, oímos un golpe muy fuerte en el techo y el ascensor se paró de repente. Se abrieron las puertas y vi que estábamos entre el segundo y el tercero. Esto no me puede estar pasando. ¡Ay, que no puedo respirar!. Ya me veía muriendo diseccionada cuando tuviese medio cuerpo fuera y el ascensor cayese bruscamente. El botón de alarma no funcionaba. Levanté la mano buscando, pero mi móvil no cogía cobertura, GRACIAS BOBAFONE. El único que parecía encantado de lo que estaba sucediendo, era el presunto guarro que me acompañaba, que sonreía con expresión de satisfacción. Fueron los 45 segundos más largos de mi vida. Sin más, el ascensor volvió a funcionar. Dios existe.

-Vaya susto te has llevado, ¿eh? A mí no me hubiese importado pasar un buen rato aquí encerrado contigo.

-(…cara de asco…)

El paso por el cuarto y quinto piso se me hicieron eternos. Respiraba conteniendo las ganas de darme la vuelta y cruzarle la cara. Antes de llegar al sexto, me volvió a tocar el culo. Mira, esto ya NO. Me di la vuelta cabreadísima.

-Mira, chaval, ni se te ocurra volver a rozarme o te doy una hostia que te catapulto hasta el noveno en velocidad absurda.

-Perdona, es que el ascensor es muy pequeño y…

-Y mierda. Mete las manos en los bolsillos y ni respires hasta que se abran las puertas o te arranco la cabeza.

Se conoce que no me expliqué lo suficientemente bien, porque el susodicho no lo captó y, antes de llegar al sexto, volvió a tocarme el culo. Las últimas palabras que escuchó salir de mi boca, fueron éstas:

-Te lo advertí.

Con la misma, me di la vuelta y con todas mis fuerzas…




La bofetada le dejó tiritando las pestañas, así que aproveché para sujetarle de los hombros y darle un rodillazo en los huevos. Oye, el trayecto se me había hecho larguísimo hasta que empecé a pegarle en el sexto. Cuando me quise dar cuenta, ¡se abrían las puertas en el noveno! En realidad, mejor, quizás romper el espejo con su cabeza hubiese sido excesivo. ¿Qué se ha pensado este cerdo? Encima de que soy educada y doy una oportunidad al mundo en el que me han impuesto vivir. Mira guarro, ni tú eres bombero, ni yo voy por la vida ON FIRE para que me vengan a apagar ningún fuego. ¿Y tú quieres que me entristezca por no conocer a los hombres? No me jodas, Confucio, como se nota que no eres rubio.

Vale, este tío era un depravado, pero la necesidad que tenemos de conectar con la gente, no desaparecerá jamás. Y es la clave de los mayores éxitos. 

Levanta la cabeza del móvil, no sea que te estés perdiendo algo. O a alguien.

@isabel_ecogest




5 jun 2014

Mi condena










Llevo días, meses, quizá años en esta celda. He perdido la noción del tiempo.
Al principio pintaba rayas en la pared para situarme, pero un día al terminar la jornada pensé:

"¿He apuntado el día a la mañana? No me suena, joder... ahora qué hago. Si no lo apunto viviré en el pasado. O no.  Aunque si lo apunto dos veces será como viajar al futuro cada vez que entre en la celda."

Me molaba la idea de dominar el tiempo, así que hice 3 rayas. Por si acaso.
Pensé en hacer 12.897 y así terminaría mi condena, pero era una rayada.

Seguí mi vida, no quería llamar la atención, de vez en cuando, cuando tenía un mal día dibujaba una raya y se pasaba.
Sea cual fuere mi condena, la iba acortando un poquito cada vez.

Las tardes en el patio las pasaba viendo la cara de gente antigua que tenían los demás. Eran reos retros.
Todo resultaba un bucle, un Dejavú tras otro. Todo me sonaba. Me saltaba los días pero me quedaba con la esencia, las sensaciones... el tiempo no pasaba en vano.

Era perfecto, estar encerrado era cuestión de tiempo y yo controlaba ese tema.
Pero un buen día, sabe Dios cual, sucedió algo inesperado. Me trajeron un compañero de celda.
Nunca había tenido ninguno. Me había acostumbrado a dormir sólo. 

-Hola.
-Hola (le dije).
-Vamos a pasar un tiempo juntos, qué prefieres, encima o debajo.

Nadie se me había insinuado allí dentro y menos de ese modo tan directo, ¡estamos locos o qué! Si ni siquiera sabía su nombre. 

-No sé, así... de pronto... 
-¿Eh?
-¿Eh?
-ENCIMA O DEBAJO, ELIGE.
-Elige tú.
-Litera, tú dormirás debajo.

Vaya, se refería a la elección de las camas. Me quedé más tranquilo, aunque algo dentro de mí me hizo sentir rechazado. No es que quisiera nada con él, pero uno no es de piedra.  

Los días pasaron y yo seguía con esa sensación. Era extraño, no me gustaban los hombres, quizá fuese su voz aguda, o esa melena hasta la cintura, pero me recordaba a mi primera novia. De no ser por la cara tatuada, las fundas de plata en los colmillos y esa barba descuidada, juraría que era ella.

Los días pasaban y la agonía era cada vez mayor. No por estar encerrado, lo que me dolía era su indiferencia. No tenía ni un detalle conmigo. Un "Buenos días churri" , una rosa bajo la almohada...
No hay mayor condena que ser ninguneado por alguien que te importa. No se lo deseo a nadie.

A su lado el tiempo pasaba deprisa y despacio a la vez.
Tenía una razón para levantarme, pero sentía morir con cada gesto de indiferencia. 
Llevaba días, semanas, meses... quién sabe, sin dibujar una raya en la pared.
Deseaba así, poder detener el tiempo.

¿Nunca habéis tenido esa necesidad?
Dicen que los minutos agradables se convierten en segundos. Todo sucede más deprisa.
Probé incluso a borrar las rayas de la pared. Volver atrás hasta el día en el que pinté la primera.
Cuando era un reo más. Un ladrón al uso. Un canalla con papeles. Sin escrúpulos. Sin prisa, Sin vida.

Llevo meses, años, quizá siglos en esta celda.  A su lado.
He perdido la noción del tiempo. Al principio pintaba rayas en la pared para situarme, pero un día al terminar la jornada pensé. Ese fué el error. Pensar sin estar preparado.


@TRYBALblz

2 jun 2014

No me pasa nada






Siempre he defendido que a la mujer no hay que entenderla, sino quererla, pero está claro que esto implica unos mínimos de comprensión. Puede que nosotras seamos un poco complicadas, unas más que otras. En cualquier caso, una de las claves para salir airoso de las inclemencias de la bipolaridad hormonal femenina, es ser un poco observador y conocer uno de los principios básicos de nuestra condición, el lenguaje no verbal. Y en éste, la palabra clave es “nada”, porque creedme, a las mujeres siempre nos pasa algo. Tenemos un don, una capacidad innata de interrelacionar todo en nuestra cabeza. Y con lógica. La nuestra, claro.

Obviamente, ninguna de nosotras se prestaría voluntaria a someterse a un polígrafo porque se nos destaparía el chollo que tenemos montado con los mensajes ambiguos en clave. La mayoría de las veces, lo hacemos para justificarnos a nosotras mismas esos incómodos cambios de humor (no, a nosotras tampoco nos gustan), pero no siempre, cuidado. A veces, lo decimos en serio.  Dejémoslo en que esto es lo bonito del amor (ejem), comprendernos desde la más absoluta incomprensión. Seamos realistas, hombres y mujeres estamos destinados genéticamente a pensar de formas distintas. No tiene más.

Que tú llegas a casa reventada de trabajar y todavía tienes que darte una ducha, cambiarte, recoger la ropa del tendal, preparar la cena, fregar y cabe la posibilidad de que también te hayas traído a casa trabajo de la oficina, así que calcula. Y esto contando que no tengas niños, que si los tienes, ni te cuento la que se puede armar. Así que por fin, tres o cuatro horas después, alcanzas ese codicioso objeto que vulgarmente se conoce como sofá y te sientas plácidamente. No te lo puedes creer, estás en una nube, te da igual lo que pongan en la televisión, como si echan fútbol. Nos da igual, no la estamos viendo.

Y en ese momento de casi felicidad absoluta:

-Cariño

-Dime cielo

-¿Estás bien? Te noto rara…

Giras levemente la cabeza hacia tu pareja. No, no y mil veces NO, dime que no me estás haciendo esto ahora, por favor.

-Claro, estoy bien. Un poco cansada… Nada más.

-¿Seguro?

-Seguro, cariño… Seguro.

-¿De verdad no te pasa nada? Esta noche no hablas mucho.

-Te lo prometo, no me pasa nada.

Y YA, no insistáis más porque éste es un clarísimo caso de “no me pasa nada pero, si vuelves a preguntar, me va a empezar a pasar y te voy a detallar todo lo que he tenido que hacer durante el día y me excusa de toda obligación de hablar”. Ahí está la clave, distinguir los “nada”, no es complicado. Veamos, si llegas a casa y te encuentras a tu mujer echando espuma por la boca mientras friega, ordena la ropa o cualquier otro tipo de actividad que implique tener las manos ocupadas, ESE SI es el “nada” peligroso. Y agárrate, porque aunque no lo sabes (o si), la has liado muy, pero que muy gorda.

Te recomiendo que cada día, cuando estés metiendo la llave en la puerta, hagas un repaso mental de tu jornada y los riesgos que hayas podido correr de cabrear a tu señora, porque si solo hay uno, te vas a encontrar esto:

-Cariño, ya estoy en casa.

-(…silencio…)

-¿Cariño? ¿Estás en casa?

-(…silencio…)

En ese momento la encuentras muy seria, de espaldas, preparando la cena y te acercas por detrás a darle un beso y saludar.

-Ah, estás aquí, pensé que no estabas. Como no contestabas…

¡Un momento! Antes de seguir, he de decirte que tu parienta tiene un mosqueo monumental. Tú sabrás lo que has hecho, pero tienes un marronazo bueno encima. Te advierto también, que vas a recibir un “nada” seco, tosco y generalmente, acompañado de monosílabos.

-¿Sabes lo que me ha pasado hoy en la oficina?

-No

-Me han puesto un becario para que lo forme, lo que me faltaba. Como no tenía bastante con hacer el trabajo de cuatro, ahora tengo que sacar tiempo para esto.

-Vaya

-Ya les he dicho a mis jefes, que no doy más de sí, que no tengo horas suficientes.

-Ya

-Y Jesús, el de recursos humanos ha aparecido hoy con un cochazo impresionante. Este tío no sé cómo se lo monta, de verdad.

-Aham…

¿Te das cuenta ahora de lo que te decía de los monosílabos? No le importa, ahora mismo en su cabeza sigue retumbando SU película, en la que evidentemente, tú y solo TÚ, eres el motivo y, por ende, protagonista. Por lo tanto, ella no está escuchando lo que te han hecho tus jefes, le importa un carajo. Y tampoco le interesa el coche que se haya comprado Jesús. Como si el mismísimo diablo se ha presentado en tu oficina para quemarte el culo con un lanzallamas, que le da igual. Ella, en este momento, solo escucha un “blablablá” difuso de fondo, muy a lo lejos. No te está escuchando, haz algo.

-Oye, cielo, ¿estás bien?

-Si

-Te noto muy rara

-No me pasa NADA.

¡Ahí está! ¡AHÍ ESTÁ! Ese es el nada, ESE Y NO OTRO. Se masca la tragedia, estás en DEFCON 2. Tu velocidad de reacción ahora mismo es clave y te voy a enseñar exactamente dónde te equivocas.

-Oye, tú estás muy rara. Seguro que te pasa algo.

ERROR. Ya has metido la pata, estás acusándola. Con esto, acabas de darle todo el poder. Ya tiene un argumento, una excusa para despedazarte, algo que no dudará en usar en tu contra. A ver, te voy a dar otra oportunidad, prueba otra cosa.

-Preciosa… Que te parece si tú y yo antes de cenar…

¿PEEEEEEERDÓN? ¿Esto es lo mejor que sabes hacer? Dime que no, porque...




Te voy a poner en situación porque me temo que no has captado la gravedad del caso. Mira, no sé lo que habrás hecho, pero tu mujer ahora mismo no quiere que la toques ni un pelo. Olvídalo, aléjate, no está receptiva. Incluso en algunos casos, estará tan irritada contigo que corres un peligrosísimo riesgo estableciendo contacto físico con ella. No te arriesgues, inconsciente. Tú eres primario, ella no y la vas a cabrear más. Esta tampoco es la manera. Venga, hoy estoy generosa, te dejo intentarlo por tercera vez. La última, ¿eh? No nos pasemos.

-¡Es que no se me ocurre ninguna más, Isabel!

-Ah, ¿prefieres que hablemos por aquí? Vale, vale… ¿De verdad no se te ocurre otra forma de hacer las cosas?

-Ninguna, de verdad. Sois excesivamente complicadas, nosotros somos mucho más simples.

-Yo prefiero llamaros prácticos, pero no se puede ser así para todo. ¿Sabes lo que si es simple? Lo que tendrías que hacer. Depende de la que hayas liado para que esté así, claro.

-¡Pero si es que no he hecho nada!

-Imposible, ella no está así por nada. Algo has hecho. Piensa, ¿algún tonteo por ahí?

-¡Para nada!

-Bueno, entonces todavía tienes alguna posibilidad de no dormir en el sofá. Venga, dime qué vas a hacer.

-Si es que no lo sé, haga lo que haga va a acabar en bronca.

-Depende de la mujer, pero tienes un elevado índice de posibilidades de ser así.

-¿Qué me recomendarías hacer? ¡Tú eres mujer!

-A mí no me metas, que yo soy muy rara. No me hubiese enfadado por una tontería así.

-Así que tú lo sabes… ¡Sabes por qué está enfadada!

-Por supuesto, te recuerdo que soy yo quien escribe la historia.

-¡Dime qué le pasa, por favor! Te lo ruego, échame un cable… Tú me has metido en este lio.

-Lo sé, y quiero ver cómo sales de él.

-Si no tengo ni idea, ¡podemos estar aquí horas!

-No tengo ninguna prisa. ¿Tú?

-¿Qué te cuesta decírmelo?

-Y a ti, ¿qué te cuesta pensar un poco? Es tu mujer, deberías conocerla un poco, ¿no? ¿De qué sirve que te arregle el problema hoy si mañana te va a pasar lo mismo y no voy a estar aquí para decirte lo que tienes que hacer?

-Por lo menos, me ahorraría la bronca de hoy. Además, ¡va a empezar el partido!

-Aquí era dónde teníamos que llegar. ¿Recuerdas cuando hace un rato te he dicho que no eras simple, sino práctico? Pues bien, aquí estás siendo simplemente gilipollas.

-¿Tú también? ¡Si no he dicho nada!

-Claro que lo has dicho, en lugar de ocuparte de solucionar lo que ocurre, sólo quieres que pase para sentarte cómodamente a ver el fútbol. Así no, así cada día el problema será más grande. ¿Acaso no te preocupa que ella esté así? Imagino que no sea agradable y lo esté pasando mal, aunque sea por una tontería.

-Visto así, tienes razón.

-Pues ya estás poniéndote a pensar. Te daré una pista, fechas…

-Fechas, fechas, fechas… No es su cumpleaños, ni nuestro aniversario, ni nada especial.

-¿Estás seguro?

-Joder, ¡ahora me haces dudar!

-Es una tontería, pero una tontería importante para ella. Te lo recuerda cada año.

-¡Mierda, mierda, mierda! ¡Joder! Ya sé lo que es.

Y no, no os voy a decir lo que es, seguro que lo habéis vivido más de una vez. Os invito a ser protagonistas de esta historia. La historia de cualquier hombre, y cualquier mujer. No os empeñéis en entendernos, teniendo en cuenta que somos una bomba de relojería hormonal, es prácticamente imposible. Es más, os contaré un secreto, ni siquiera nosotras nos entendemos muchas veces, se nos va de las manos nuestro cuerpo. ¿Qué quiere llorar? Lloramos. ¿Qué quiere reír? Reímos. ¿Qué quiere callar? Callamos. Es nuestra eterna guerra, la que siempre perdemos, pero no nos gusta reconocerlo. La mujer que lo niegue, miente.

En la batalla interna que libramos, poneos de nuestro lado. Buscamos un aliado, no un enemigo más. Y para esto, no hay que entendernos, hay que querernos.


@isabel_ecogest