A mí me suele pasar, nunca he tenido gato, pero me he
acariciado contra gente.
Las caricias suelen ser moneda de cambio, una forma no
verbal de agradecer, el comienzo de unos preliminares o un vicio excesivo en mi
caso.
Me gusta acariciarlo todo. Desde la fruta en el
supermercado hasta la cajera.
Esto me viene de pequeñoz, un buen día comencé acariciándome
a mí mismo y no voy a negar que me gustó. Pero de todo se cansa uno, así que
probé a acariciar otra gente.
Al principio tocaba a los familiares más cercanos, a
mami, papi, la amiga adolescente de mi hermana mayor, esa que venía a casa con
un escote más profundo que los pensamientoss de Nietzsche.
Las caricias no dejan indiferente a nadie, pero todo
varía según quién y cuándo te las ofrezcan.
Supongo que ese momento, tras acariciar a alguien, esa
adrenalina que recorre mis venas, la ansiedad por saber su reacción, es lo que
me engancha.
Si consultamos a la gente de a pie si les gustan las
caricias seguro dirán que sí.
Si les decimos que son de un desconocido seguro que
sonríen nerviosamente y pensarán en el morbo. Pero la realidad es otra. Una
caricia, gesto de afecto, es rechazada brutal e inconscientemente el 90% de las
ocasiones. El 9% restante lo hacen conscientemente.
Doy fe, y pena.
No lo hago por morbo,son caricias, no fricciones simulando el coito entre dos perros
salvajes.
Toco con respeto, sin permiso pero respetuosamente, siempre.
A nadie le gusta que invadan su espacio vital, personal.
Ese metro y medio de nada que necesitamos todos.
Y digo necesitamos porque yo también me vuelvo intocable
en ocasiones.
Es tumbarme en la cama y todo cambia. A ver, hablo de dormir.
No soporto que me toquen cuando duermo. Doy calor, por lo
tanto la gente me da calor.
A ver, “gente”, quizá ha sonado excesivo,en mi cama somos dos.
El acoso lo realiza mi señora esposa.
Odio que me hagan la cucharita, sus pies siempre están
congelados.
Los pies de las mujeres están muertos. Da igual que se haya metido bajo el edredón, dos mantas,
sábanas y una colcha. Llegas tú, rozas sus pies y sientes un frío polar
que te hace estremecer.
Siempre he sido muy optimista, en los malos momentos me
gusta acordarme de los que pueden estar pasándolo peor que yo. Por ejemplo, los
esquimales casados.
No soporto esos cambios de temperatura. Pero es que
tampoco estoy a favor de que me inmovilicen cuando duermo. Mi mujer abraza de un modo que no hay escapatoria, yo soy
muy de moverme en la cama.
A ver, hablo de dormir.
Me pone excesivamente nervioso que delimiten mis
movimientos.
“Calla anda, si
sólo es un rato, es que tengo frío, además tú te duermes rápido”
Eso es verdad, suelo dormirme nada más tumbarme, es como
los móviles que cuando los giras cambian la pantalla a modo vertical. Yo si me
pongo horizontal ya no soy yo.
Debo ser el 1% restante en las encuestas. Aquél que
agradece una caricia de un desconocido, pero en la cama...
Soy de esas personas que piensan que las redes sociales, aun
acercándonos mucho, nos han alejado más. Creemos que conocemos a mucha gente, pero en realidad no conocemos a nadie. Ponemos distancia entre nosotros a traves de un smartphone. Con lo fácil que es tomarse un café y charlar, compartir nuestras cosas en la cercanía, en lugar de hacerlo públicamente. Echo de menos las conversaciones de ascensor o saludarnos en el portal, pero estamos siempre atontados
mirando la pantalla del iPhone. Podemos compartir mesa y ni siquiera mirarnos
a los ojos. Eso sí, no dejamos de refrescar nuestro timeline, y si me
apuras, mandamos un mensaje para pedir la sal.
El caso es que el otro día, en la consulta del dentista había
un niño de unos diez años con su madre, ambos totalmente pegados al móvil. Ella
le preguntaba todas sus dudas sobre el consumo de datos de WhatsApp y el
pequeño las resolvía sin separar la vista de su Samsung SIII. Cabe destacar que
el Smartphone del crío, era mucho mejor que el de su madre. En ese momento, me
recordé con diez años, jugando con muñecas, cayéndome de la bicicleta, patinando
y siendo curada con extremo cuidado por mi madre bajo el canto de “sana, sana,
culito de rana”. Y es que si no has tenido las rodillas llenas de costras y mercromina (la
roja, dejaos de mariconadas de cristalmina), no has tenido niñez.
Pero no creáis, yo soy igual. Antes de llegar a esa sala, había atravesado la calle con los auriculares puestos, mirando mi teléfono mientras se ponían en verde los semáforos e informando en Twitter de cuánto sufrimiento me esperaba por tener que ir
a hacerme una endodoncia. Todo ello aderezado con mi clásica nota de sarcasmo y
humor gracias al emoticono de la flamenca, que siempre es muy socorrido. Y el
único que no me avergüenza usar, vaya. Así llegué al portal de Carmen, mi dentista,
donde sólo levanté la vista del móvil para llamar por el telefonillo. Entras, te
encuentras al portero de la finca, evitas cómo puedes el contacto visual y llega el momento más
crítico de ser social: EL ASCENSOR.
No nos engañemos, las redes sociales son ese lugar donde
mejor se defienden los más antisociales. Un mundo irreal que creamos a nuestra
medida, un paraíso para demasiados egos sedientos de protagonismo, pero ese
mundo no existe. Reconozco que me gusta Twitter, bien usada resulta una herramienta interesante. Puedes leer, expresarte, crear y compartir. Véase que no incluyo ligar, NO. Puede pasar, pero no es su finalidad. Así que insisto, no es el mundo real. Por lo menos no lo es sin red eléctrica. Volviendo al tema, me había quedado esquivando al portero. Atraviesas el pasillo y entras en el
ascensor, donde un día cualquiera, hubieses hecho esto para tuitearlo bajo un “Ains” o “lloro”:
Pero no, HORREUR. Cuando ya se están cerrando las puertas, escuchas un "¡Espera, espera!" junto a una respiración acelerada. Alguien mete la pierna y se vuelven a abrir. Tienes compañía hasta
el noveno. Si, si, NO-VE-NO.
-¡Perdona por el susto! Casi no llego…
-Tranquilo, no pasa nada.
Sin embargo, si pasa. Has roto mi rutina social antisocial,
esa que tengo dominada. Esa donde puedo ver tu historial, saber quién eres, chequearte. Esa donde
si no me gusta lo que dices, cómo eres o el mundo que has creado, te ignoro, no
te contesto o incluso si me apuras, te bloqueo y hago desaparecer de mi mundo.
Algo así como un asesinato virtual, amparado siempre por las surrealistas leyes
de internet, las cuales nos proporcionan todo tipo de herramientas para que ese
mundo irreal en el que vivimos, sea cada día más completo y humano. Qué gracia,
nos aleja de lo humano, pero crea contenido para conectar con nosotros y que
nos sintamos más humanos. Irónico, ¿verdad?
Una vez dentro del ascensor, ya sabéis.
-¿A qué piso vas? –Me preguntó
-Al noveno.
-¿Al dentista? Qué casualidad, yo también.
-Aham...
-No te había visto nunca.
Venga, pregúntame si vengo mucho por aquí y ya me
matas. No es que sea borde, es que un “buenos días” basta, no nos pasemos. Me incomoda la gente que se entromete y pregunta mucho
sin dar yo pie. Y no solo en la vida real, también en las redes sociales. No lo
soporto, es que no lo soporto. El muchacho marca el noveno, se cierran las
puertas del ascensor y se coloca detrás de mí. Observo de reojo cómo tiene su mirada literalmente clavada en mi culo. Podrías ser un pelín
más discreto, igual tengo que meterte el dedo en el ojo para bloquearte en este mundo, o dejarte ciego. Incomodidad extrema. Casualmente, aun llevaba los cascos con la música muy bajita y empezó a sonar esto:
(Enjoy the song, please)
No había banda sonora más apropiada para lo
que me esperaba. Subí la música (Subidla, es una orden). En fin, ya había socializado
bastante por ese dia y mi guerra, en ese momento, era dental. No os vayáis a pensar
que el ascensor era precisamente moderno. No, no, era uno de estos muy viejos,
de poco más de un metro cuadrado, lento que dan ganas de tirar tú mismo de las
poleas. Cuál fue mi sorpresa, cuando a la altura del segundo piso, noté como
algo me rozaba el culo. ¿Serían imaginaciones mías? ¿Un mal movimiento de él? Giré
la cabeza un poco hacía atrás mirando con mi clásico gesto: “Espero que no hayas
hecho lo que estoy pensando, porque te arranco la mano”. Sólo le faltó silbar
disimulando.
En ese instante, oímos un golpe muy fuerte en el techo y el
ascensor se paró de repente. Se abrieron las puertas y vi que estábamos entre
el segundo y el tercero. Esto no me puede estar pasando. ¡Ay, que no puedo respirar!. Ya
me veía muriendo diseccionada cuando tuviese medio cuerpo fuera y el ascensor
cayese bruscamente. El botón de alarma no funcionaba. Levanté la mano buscando,
pero mi móvil no cogía cobertura, GRACIAS BOBAFONE. El único que parecía
encantado de lo que estaba sucediendo, era el presunto guarro que me
acompañaba, que sonreía con expresión de satisfacción. Fueron los 45 segundos
más largos de mi vida. Sin más, el ascensor volvió a funcionar. Dios
existe.
-Vaya susto te has llevado, ¿eh? A mí no me hubiese importado pasar un buen rato aquí encerrado contigo.
-(…cara de asco…)
El paso por el cuarto y quinto piso se me hicieron eternos.
Respiraba conteniendo las ganas de darme la vuelta y cruzarle la cara. Antes de
llegar al sexto, me volvió a tocar el culo. Mira, esto ya NO. Me di la vuelta cabreadísima.
-Mira, chaval, ni se te ocurra volver a rozarme o te doy una hostia que
te catapulto hasta el noveno en velocidad absurda.
-Perdona, es que el ascensor es muy pequeño y…
-Y mierda. Mete las manos en los bolsillos y ni respires hasta que se
abran las puertas o te arranco la cabeza.
Se conoce que no me expliqué lo suficientemente bien, porque
el susodicho no lo captó y, antes de llegar al sexto, volvió a tocarme el culo.
Las últimas palabras que escuchó salir de mi boca, fueron éstas:
-Te lo advertí.
Con la misma, me di la vuelta y con todas mis fuerzas…
La bofetada le dejó tiritando las pestañas, así que aproveché para sujetarle de los hombros y darle un rodillazo en los huevos. Oye, el trayecto se me había hecho larguísimo hasta que empecé a pegarle en el sexto. Cuando me quise dar cuenta, ¡se abrían las puertas en el noveno! En realidad, mejor, quizás romper el espejo con su cabeza hubiese sido excesivo. ¿Qué se ha pensado este cerdo? Encima de que soy educada y doy una oportunidad al mundo en el que me han impuesto vivir. Mira guarro, ni tú eres bombero, ni yo voy por la vida ON FIRE para que me vengan a apagar ningún fuego. ¿Y tú quieres que me entristezca por no conocer a los hombres? No me jodas, Confucio, como se nota que no eres rubio.
Vale, este tío era un depravado, pero la necesidad que tenemos de conectar con la gente, no
desaparecerá jamás. Y es la clave de los mayores éxitos.
Levanta la cabeza del móvil, no sea que te estés perdiendo algo. O a alguien.
Llevo días, meses, quizá años en esta celda. He perdido la noción del tiempo.
Al principio pintaba rayas en la pared para situarme, pero un día al terminar la jornada pensé:
"¿He apuntado el día a la mañana? No me suena, joder... ahora qué hago. Si no lo apunto viviré en el pasado. O no. Aunque si lo apunto dos veces será como viajar al futuro cada vez que entre en la celda."
Me molaba la idea de dominar el tiempo, así que hice 3 rayas. Por si acaso.
Pensé en hacer 12.897 y así terminaría mi condena, pero era una rayada.
Seguí mi vida, no quería llamar la atención, de vez en cuando, cuando tenía un mal día dibujaba una raya y se pasaba.
Sea cual fuere mi condena, la iba acortando un poquito cada vez.
Las tardes en el patio las pasaba viendo la cara de gente antigua que tenían los demás. Eran reos retros.
Todo resultaba un bucle, un Dejavú tras otro. Todo me sonaba. Me saltaba los días pero me quedaba con la esencia, las sensaciones... el tiempo no pasaba en vano.
Era perfecto, estar encerrado era cuestión de tiempo y yo controlaba ese tema.
Pero un buen día, sabe Dios cual, sucedió algo inesperado. Me trajeron un compañero de celda.
Nunca había tenido ninguno. Me había acostumbrado a dormir sólo.
-Hola.
-Hola (le dije).
-Vamos a pasar un tiempo juntos, qué prefieres, encima o debajo.
Nadie se me había insinuado allí dentro y menos de ese modo tan directo, ¡estamos locos o qué! Si ni siquiera sabía su nombre.
-No sé, así... de pronto...
-¿Eh?
-¿Eh?
-ENCIMA O DEBAJO, ELIGE.
-Elige tú.
-Litera, tú dormirás debajo.
Vaya, se refería a la elección de las camas. Me quedé más tranquilo, aunque algo dentro de mí me hizo sentir rechazado. No es que quisiera nada con él, pero uno no es de piedra.
Los días pasaron y yo seguía con esa sensación. Era extraño, no me gustaban los hombres, quizá fuese su voz aguda, o esa melena hasta la cintura, pero me recordaba a mi primera novia. De no ser por la cara tatuada, las fundas de plata en los colmillos y esa barba descuidada, juraría que era ella.
Los días pasaban y la agonía era cada vez mayor. No por estar encerrado, lo que me dolía era su indiferencia. No tenía ni un detalle conmigo. Un "Buenos días churri" , una rosa bajo la almohada...
No hay mayor condena que ser ninguneado por alguien que te importa. No se lo deseo a nadie.
A su lado el tiempo pasaba deprisa y despacio a la vez.
Tenía una razón para levantarme, pero sentía morir con cada gesto de indiferencia.
Llevaba días, semanas, meses... quién sabe, sin dibujar una raya en la pared.
Deseaba así, poder detener el tiempo.
¿Nunca habéis tenido esa necesidad?
Dicen que los minutos agradables se convierten en segundos. Todo sucede más deprisa.
Probé incluso a borrar las rayas de la pared. Volver atrás hasta el día en el que pinté la primera.
Cuando era un reo más. Un ladrón al uso. Un canalla con papeles. Sin escrúpulos. Sin prisa, Sin vida.
Llevo meses, años, quizá siglos en esta celda. A su lado.
He perdido la noción del tiempo. Al principio pintaba rayas en la pared para situarme, pero un día al terminar la jornada pensé. Ese fué el error. Pensar sin estar preparado.
Siempre he defendido que a la mujer no hay que entenderla,
sino quererla, pero está claro que esto implica unos mínimos de comprensión. Puede
que nosotras seamos un poco complicadas, unas más que otras. En cualquier caso,
una de las claves para salir airoso de las inclemencias de la bipolaridad
hormonal femenina, es ser un poco observador y conocer uno de los principios básicos
de nuestra condición, el lenguaje no verbal. Y en éste, la palabra clave es “nada”, porque creedme, a las mujeres siempre nos pasa algo. Tenemos un don, una capacidad innata de interrelacionar todo en nuestra cabeza. Y con lógica. La nuestra, claro.
Obviamente, ninguna de nosotras se prestaría voluntaria a
someterse a un polígrafo porque se nos destaparía el chollo que tenemos montado
con los mensajes ambiguos en clave. La mayoría de las veces, lo hacemos para justificarnos
a nosotras mismas esos incómodos cambios de humor (no, a nosotras tampoco nos
gustan), pero no siempre, cuidado. A veces, lo decimos en serio. Dejémoslo en que esto es lo bonito del amor
(ejem), comprendernos desde la más absoluta incomprensión. Seamos realistas,
hombres y mujeres estamos destinados genéticamente a pensar de formas
distintas. No tiene más.
Que tú llegas a casa reventada de trabajar y todavía tienes que
darte una ducha, cambiarte, recoger la ropa del tendal, preparar la cena,
fregar y cabe la posibilidad de que también te hayas traído a casa trabajo de
la oficina, así que calcula. Y esto contando que no tengas niños, que si los tienes,
ni te cuento la que se puede armar. Así que por fin, tres o cuatro horas
después, alcanzas ese codicioso objeto que vulgarmente se conoce como sofá y te
sientas plácidamente. No te lo puedes creer, estás en una nube, te da igual lo
que pongan en la televisión, como si echan fútbol. Nos da igual, no la
estamos viendo.
Y en ese momento de casi felicidad absoluta:
-Cariño
-Dime cielo
-¿Estás bien? Te noto rara…
Giras levemente la cabeza hacia tu pareja. No, no y mil
veces NO, dime que no me estás haciendo esto ahora, por favor.
-Claro, estoy bien. Un poco cansada… Nada más.
-¿Seguro?
-Seguro, cariño… Seguro.
-¿De verdad no te pasa nada? Esta noche no hablas mucho.
-Te lo prometo, no me pasa nada.
Y YA, no insistáis más porque éste es un clarísimo caso de “no
me pasa nada pero, si vuelves a preguntar, me va a empezar a pasar y te voy a
detallar todo lo que he tenido que hacer durante el día y me excusa de toda
obligación de hablar”. Ahí está la clave, distinguir los “nada”, no es complicado.
Veamos, si llegas a casa y te encuentras a tu mujer echando espuma por la boca
mientras friega, ordena la ropa o cualquier otro tipo de actividad que implique
tener las manos ocupadas, ESE SI es el “nada” peligroso. Y agárrate, porque
aunque no lo sabes (o si), la has liado muy, pero que muy gorda.
Te recomiendo que cada día, cuando estés metiendo la llave
en la puerta, hagas un repaso mental de tu jornada y los riesgos que hayas podido
correr de cabrear a tu señora, porque si solo hay uno, te vas a encontrar esto:
-Cariño, ya estoy en casa.
-(…silencio…)
-¿Cariño? ¿Estás en casa?
-(…silencio…)
En ese momento la encuentras muy seria, de espaldas,
preparando la cena y te acercas por detrás a darle un beso y saludar.
-Ah, estás aquí, pensé que no estabas. Como no contestabas…
¡Un momento! Antes de seguir, he de decirte que tu parienta
tiene un mosqueo monumental. Tú sabrás lo que has hecho, pero tienes un
marronazo bueno encima. Te advierto también, que vas a recibir un “nada” seco,
tosco y generalmente, acompañado de monosílabos.
-¿Sabes lo que me ha pasado hoy en la oficina?
-No
-Me han puesto un becario para que lo forme, lo que me faltaba. Como no
tenía bastante con hacer el trabajo de cuatro, ahora tengo que sacar tiempo
para esto.
-Vaya
-Ya les he dicho a mis jefes, que no doy más de sí, que no tengo horas
suficientes.
-Ya
-Y Jesús, el de recursos humanos ha aparecido hoy con un cochazo
impresionante. Este tío no sé cómo se lo monta, de verdad.
-Aham…
¿Te das cuenta ahora de lo que te decía de los monosílabos?
No le importa, ahora mismo en su cabeza sigue retumbando SU película, en la que
evidentemente, tú y solo TÚ, eres el motivo y, por ende, protagonista. Por lo
tanto, ella no está escuchando lo que te han hecho tus jefes, le importa un
carajo. Y tampoco le interesa el coche que se haya comprado Jesús. Como si el mismísimo
diablo se ha presentado en tu oficina para quemarte el culo con un lanzallamas,
que le da igual. Ella, en este momento, solo escucha un “blablablá” difuso de fondo,
muy a lo lejos. No te está escuchando, haz algo.
-Oye, cielo, ¿estás bien?
-Si
-Te noto muy rara
-No me pasa NADA.
¡Ahí está! ¡AHÍ ESTÁ! Ese es el nada, ESE Y NO OTRO. Se
masca la tragedia, estás en DEFCON 2. Tu velocidad de reacción ahora mismo es
clave y te voy a enseñar exactamente dónde te equivocas.
-Oye, tú estás muy rara. Seguro que te pasa algo.
ERROR. Ya has metido la pata, estás acusándola. Con esto,
acabas de darle todo el poder. Ya tiene un argumento, una excusa para
despedazarte, algo que no dudará en usar en tu contra. A ver, te voy a dar otra
oportunidad, prueba otra cosa.
-Preciosa… Que te parece si tú y yo antes de cenar…
¿PEEEEEEERDÓN? ¿Esto es lo mejor que sabes hacer? Dime que
no, porque...
Te voy a poner en situación porque me temo que no has captado la
gravedad del caso. Mira, no sé lo que habrás hecho, pero tu mujer ahora mismo no
quiere que la toques ni un pelo. Olvídalo, aléjate, no está receptiva. Incluso
en algunos casos, estará tan irritada contigo que corres un peligrosísimo riesgo
estableciendo contacto físico con ella. No te arriesgues, inconsciente. Tú eres
primario, ella no y la vas a cabrear más. Esta tampoco es la manera. Venga, hoy
estoy generosa, te dejo intentarlo por tercera vez. La última, ¿eh? No nos
pasemos.
-¡Es que no se me ocurre ninguna más, Isabel!
-Ah, ¿prefieres que hablemos por aquí? Vale, vale… ¿De verdad no se te
ocurre otra forma de hacer las cosas?
-Ninguna, de verdad. Sois excesivamente complicadas, nosotros somos
mucho más simples.
-Yo prefiero llamaros prácticos, pero no se puede ser así para todo.
¿Sabes lo que si es simple? Lo que tendrías que hacer. Depende de la que hayas
liado para que esté así, claro.
-¡Pero si es que no he hecho nada!
-Imposible, ella no está así por nada. Algo has hecho. Piensa, ¿algún
tonteo por ahí?
-¡Para nada!
-Bueno, entonces todavía tienes alguna posibilidad de no dormir en el
sofá. Venga, dime qué vas a hacer.
-Si es que no lo sé, haga lo que haga va a acabar en bronca.
-Depende de la mujer, pero tienes un elevado índice de posibilidades de
ser así.
-¿Qué me recomendarías hacer? ¡Tú eres mujer!
-A mí no me metas, que yo soy muy rara. No me hubiese enfadado por una tontería
así.
-Así que tú lo sabes… ¡Sabes por qué está enfadada!
-Por supuesto, te recuerdo que soy yo quien escribe la historia.
-¡Dime qué le pasa, por favor! Te lo ruego, échame un cable… Tú me has
metido en este lio.
-Lo sé, y quiero ver cómo sales de él.
-Si no tengo ni idea, ¡podemos estar aquí horas!
-No tengo ninguna prisa. ¿Tú?
-¿Qué te cuesta decírmelo?
-Y a ti, ¿qué te cuesta pensar un poco? Es tu mujer, deberías conocerla
un poco, ¿no? ¿De qué sirve que te arregle el problema hoy si mañana te va a
pasar lo mismo y no voy a estar aquí para decirte lo que tienes que hacer?
-Por lo menos, me ahorraría la bronca de hoy. Además, ¡va a empezar el
partido!
-Aquí era dónde teníamos que llegar. ¿Recuerdas cuando hace un rato te
he dicho que no eras simple, sino práctico? Pues bien, aquí estás siendo
simplemente gilipollas.
-¿Tú también? ¡Si no he dicho nada!
-Claro que lo has dicho, en lugar de ocuparte de solucionar lo que
ocurre, sólo quieres que pase para sentarte cómodamente a ver el fútbol. Así
no, así cada día el problema será más grande. ¿Acaso no te preocupa que ella
esté así? Imagino que no sea agradable y lo esté pasando mal, aunque sea por
una tontería.
-Visto así, tienes razón.
-Pues ya estás poniéndote a pensar. Te daré una pista, fechas…
-Fechas, fechas, fechas… No es su cumpleaños, ni nuestro aniversario,
ni nada especial.
-¿Estás seguro?
-Joder, ¡ahora me haces dudar!
-Es una tontería, pero una tontería importante para ella. Te lo
recuerda cada año.
-¡Mierda, mierda, mierda! ¡Joder! Ya sé lo que es.
Y no, no os voy a decir lo que es, seguro que lo habéis
vivido más de una vez. Os invito a ser protagonistas de esta historia. La
historia de cualquier hombre, y cualquier mujer. No os empeñéis en entendernos,
teniendo en cuenta que somos una bomba de relojería hormonal, es prácticamente imposible.
Es más, os contaré un secreto, ni siquiera nosotras nos entendemos muchas
veces, se nos va de las manos nuestro cuerpo. ¿Qué quiere llorar? Lloramos. ¿Qué
quiere reír? Reímos. ¿Qué quiere callar? Callamos. Es nuestra eterna guerra,
la que siempre perdemos, pero no nos gusta reconocerlo. La mujer que lo niegue,
miente.
En la batalla interna que libramos, poneos de nuestro lado. Buscamos
un aliado, no un enemigo más. Y para esto, no hay que entendernos, hay que
querernos.
Los amigos no te quieren, te estiman, te cogen cariño, darían
todo por ti, pero “Querer”… eso son palabras mayores, a no ser que estéis borrachos
como una cuba, meando entre dos contenedores, detenga la respiración, te mire a
los ojos y armado de valor se sincere.
“Joder, Toñín, quiero que
sepas QUE TE QUIERO MAZO.”
Entonces sí que es amor verdadero. Por varias razones.
1-Porque no
viene a cuento.
Es fácil decir te quiero en un ambiente romántico. Hace poco acudí a una cena en
un local que irradiaba tranquilidad, debe ser el ZEN ese. Tenía sofás de tela
en la calle. El hilo musical simulaba el sonido de un amanecer en la selva de
las Yungas. El mar de fondo, a escasos metros, la luna llena, bañándose entre
las olas. Las velas parpadeaban con cada suspiro nuestro. Así cualquiera se
anima, estuve a "esto" de entrarle a mi suegro.Es que lo tenía justo enfrente. No sé qué me pasó. El ZEN.
2-Estáis meando juntos.
Cuando sois novios el otro no mea. Ni caga.
Es decir, eso forma parte de su lado oscuro, pasado oscuro quizá. Cuando
alguien te gusta no te la imaginas haciendo pis. No pasa por tu cabeza tal
locura. La mujer de tus sueños dejó esas costumbres por ti. Eso es, es
perfecta. Yo llevo un tiempo viviendo con mi pareja y cierro el pestillo cada
vez que entro. Ella ni se imagina que cago.
“Sal
ya del puto baño, qué leches estarás haciendo.” Comenta cegada por el amor.
3-Todo lo demás no importa.
Cuando estás frente a tu pareja, quien dice
frente dice encima, debajo, de lado… el mundo se para. Lo de alrededor no
importa. Pierdes la vergüenza y te llenas de pasión.
Es más, cuanto más raro el lugar, más
morboso. Dejarse llevar delante de todos los demás es pasional, sincero y en
algunos sitios delito, como en el pasillo de embutidos del Eroski. Pero eso es
agua pasada, además mi suegro me hizo la cobra.
El caso es que si un amigo es capaz de
sincerarse entre dos contenedores, con toda la gente revoloteando a vuestro
alrededor, eso es amor.
4-No tienes el mejor aspecto.
El maquillaje es el photoshop manual de las mujeres reales. Las de las revistas no
existen. No le deis más vueltas, me lo ha dicho mi mujer.
Pero ojito con las reales, que a veces
tampoco son lo que aparentan.
¿Quién no se ha acostado con una diva y se
ha levantado con Conchita? Una mala noche la tiene cualquiera, ¿pero dos? Es
entonces cuando aprendes a detectar las falsedades. Las extensiones, las uñas
de porcelana, el botox, las pestañas extra-largas, las lentillas de colores… Te
vuelves un experto en la materia, por la cuenta que te trae y aprendes a elegir
a la persona bella por dentro y por fuera, si no se dan ambos casos no
funciona. Te pasarás el resto de la vida con quien elijas, le verás al
amanecer, con las sábanas pegadas, sin maquillaje y con ese peinado de “he venido en moto, sin casco, rozándome la
sien con todos los quitamiedos que había en la carretera” y aun así debe
gustarte.
Tu cara tras horas de borrachera, entre
esos contenedores, debe ser un cuadro, uno abstracto. Tu amigo te debe querer mucho.
5-No te ha llamado por el móvil, borracho
perdido, a altas horas del fin de semana.
Todos sabemos que esas llamadas no cuentan. Que se
hace por lo que se hacen pero al día siguiente ni se recuerdan. A no ser que te dé
por leer los wasap mientras deseas fuerte que dos sicarios vengan y te lleven con
ellos, lejos, sin retorno, sin wifi.
Vaaaaale, tu colega se ha declarado en una
situación parecida, pero sin móvil de por medio. Dando la cara, a la vieja
usanza. Tu amigo es un clásico, un romántico, y eso es de agradecer.
Si cumple esos 5 pasos, la declaración es oficial, real, y
deberías planteártelo al menos. Pero ojito, cuesta mucho ganar un amigo y muy
poco perderlo. “Cruzar esa delgada línea
que separa la amistad del amor es algo muy violento.” Me recuerda mi suegro
vía wasap. El muy canalla me está echando en cara el quinto paso. No sé por qué me pongo así con él, no me van
los tíos, ni siquiera es mi amigo, pero me envía señales confusas y uno no es
de piedra.
Todo sucedió en mi boda, coincidimos en el baño, me miró, me dió un fuerte abrazo y me dijo…
“Joder, Toñín, quiero que sepas QUE TE QUIERO MAZO.”
Debo ser muy rara, Giulio, pero en tan sólo unas horas de poder, he salido por la puerta de atrás y mucho más que desgastada. Es domingo, las siete de la tarde y por fin estoy de vuelta a casa desde que salí ayer por la mañana. Y vosotros diréis: "Bah, ésta se ha pegado un finde brutal", ¡JA! Lo que no sabéis es que, tras celebrar que ganásemos la Copa, he ido de empalmada a presidir una mesa electoral. Ya puedo incluir en mi CV que he sido Presidenta, aunque lo mio no haya terminado con una suculenta pensión vitalicia.
Anoche se nos fue de las manos. Esta semana no he estado muy bien de ánimo, hace unos días lo dejé con mi novio, así que ayer mis amigos se dedicaron a darme la típica charla "Nena, tú vales mucho. Ese capullo no te conviene" y me vine arriba. Os lo contaría, pero no recuerdo prácticamente nada. Sólo espero que el trozo de piedra con forma de meñique que ha aparecido en mi bolso, no sea de la Cibeles, que la Botella me mata. A las 7:50, mis amigos me estaban tirando del coche casi en marcha en la puerta del ayuntamiento de Alcobendas.
Y allí aparecí, como Britney Spears después de una mala noche. Bueno, en mi caso, la actitud se parecía más a esto. Menudo cachondeito me traía.
Bromas aparte, llego y me recibe muy educado uno de los vocales.
-Buenos días.
-Buenos días. –dije pensando: “lo serán para ti, hermoso”
-Aún no hemos abierto.
Ya, eso me dijeron también a las seis en el último after y mira la copa que traigo en cada mano.
-Ya, ya. Disculpa, igual no me reconoces sin el plasma, soy la Presidenta.
-¿Me dejas tu dni?
-¿Mi dni? Claro,claro. Toma.
Y yo me pregunto, ¿quien demonios desearía estar a las 8 de la mañana un domingo de
resaca presidiendo una mesa electoral? ¿De verdad creéis que otra persona se dejaría engañar? Joder, estáis muy mal.
-Perfecto, Isabel. ¿Quieres tomar algo? Algo que no sea una copa, claro.
-Café, por favor. Grande. Mejor dos. Two relaxing cup of coffe.
Menuda papeleta presidir la mesa, ya empezaba a venir gente. Cómo sois, pero si tenéis todo el día para
venir, dejad que me tome el café. Grité un "¡George Clooney is outside!", pero no se iban, y no veáis lo
que cuesta encontrar el nombre de los vecinos en esas listas con todos esos renglones moviéndose arriba y abajo sin parar. Un par de horas después, se me caía hasta el pelo del estrés. Qué país, ¡si es que todo son obligaciones y cada día menos derechos! Hoy sin ir más lejos, yo no he tenido ni derecho a dormir mi
propia resaca.
Anda, mira quien viene por ahí… el director de mi banco.
Pues se va a cagar, a éste le voy a tener dando vueltas por todo Madrid
buscándose en las listas del censo. Por cabrón. Le recibí con una enorme sonrisa en la cara y como diría mi querido Harry, el sucio: "Make my day".
-Buenos días, Armando.
-Hombre, Isabel. ¿Te ha tocado de Presidenta? Vaya... Qué alegría
verte, ¿cómo está tu padre?
Pues todavía cagándose en tus muertos después de que le robases más de treinta mil
euros en preferentes. Como yo, más o menos.
-Bien, bien. ¿Me dejas tu dni, por favor?
-Sí, claro, aquí tienes.
Y me puse a mirar con la regla cada línea de las listas que
tenía sobre la mesa. Diez minutos de silencio después y una cola de gente
importante:
-Mmmmmm… No, Armando. Aquí no apareces.
-¿Cómo que no aparezco?
-Pues que no apareces, no estás en la lista. Debes estar empadronado en
otro ayuntamiento.
-¡Imposible! ¿Has mirado bien?
-¿Insinúas que no soy capaz de encontrar “Bronca Segura, Armando” en
una lista? No estás.
-Pero… Debe ser un error.
Tú sí que eres un error, ladrón.
-Eso yo no lo sé, solo sé que no apareces y no puedo dejarte votar. Estaría
cometiendo un delito, puede que no tan grave como robar a tus clientes, pero
seguro que no quieres que haga eso, ¿verdad? Deberías mirar en otro
ayuntamiento, en alguno de Madrid aparecerás. Toma, aquí tienes una lista de los
ayuntamientos de la Comunidad por orden alfabético. Es pronto, tienes tiempo.
Armando pálido, incapaz de pronunciar palabra, los vocales
estupefactos mirándome y un silencio sepulcral en la sala. Llamadme lo que
queráis, aún no tengo el condensador de fluzo montado en el Delorean para volver al día en que engañó a mi padre y evitar que firmase. Así que, entre
tanto, le voy a putear en el presente y que me quiten lo “bailao”. Sé que no está bien, pero vender productos bancarios fraudulentos tampoco y mírale, aquí tan tranquilo con su Mercedes de setenta mil euros y su polito Lacoste. Anda y que te den.
Ay, madre, un grupo de monjas. Me santiguo, que estas cosas
nunca se sabe, pueden ser señales.
-Buenos días, señorita.
-Buenos días, hermana. Déjeme su dni, por favor.
-Aquí tiene, que Dios la bendiga.
-Pero, oiga, ésta no es usted.
-Mírelo bien, por el amor de Dios, que tenemos a Sor Concepción muy mayor. Es la que conduce y nos esperan dos horas de coche por carretera general al
convento.
-No, no, si lo he mirado perfectamente. Según este documento,
tiene usted 21 años y se llama Daisy Jeannette Maria de todos los Santos.
Permitame que dude, pero a la vista aparenta los sesenta y por su acento, parece más de Alpedrete que puertorriqueña.
-Sí, pero soy una sierva de Dios y usted debería mirar bien de nuevo la
foto. Soy yo, fíjese bien.
Y en ese momento, se inclinó hacia mi y muy bajito me dijo: “Bronca
Segura, Armando”, mientras daba golpecitos con su dedo índice sobre el nombre
del director de mi banco en las listas y me miraba a los ojos. Tragué saliva
despacio.
-Hermana, tiene usted razón. Es asombroso lo que envejece hacer dulces.
-Sí, pero envejece más perder la fe. No lo olvide, aun es usted
una niña.
-… (Silencio)… Daisy Jeannette Maria de todos los Santos. VOTA.
Daisy es la jovencita que me señala escondida, Concepción la 2ª por la izda.
Decid lo que queráis, a mi me dio mucho miedo y esa monja
vota. Ella y las otras 25 que la acompañaban en el microbús que conducía Sor
Concepción, también. Que Dios las proteja hasta que lleguen de vuelta, porque la hermana
que conduce, con sus 94 años, parece un poco kamikaze. Todavía me estaba
recuperando de mi surrealista reencuentro con la fe, cuando veo aparecer a mi
hermano mayor. Tan sonriente él, dando la mano a todos y saludando. Muy guay, como
siempre. Se acerca y me da un abrazo.
-Hermanita…
-Hombre, hermano. ¿Qué tal?
-Bien, aquí andamos. ¿Tú en la mesa? Qué coñazo, ¿no?
-Ya ves, me ha tocado. Me dijeron que llegaría lejos y mírame,
Presidenta de la mesa electoral. No me cabe ninguna duda de quién eres, pero
tengo que pedirte el dni, Arturo.
Lo sabía, es que lo sabía. Siempre fue un liante, ¡siempre! Le miré apretando
los labios y me acerqué a su oído.
-Arturo, por casualidad, ¿hace cuánto que no renuevas el carnet? Esta foto te la hizo
papá hace casi quince años, aun recuerdo el día.
-Jo, Isa, es que no he tenido tiempo. Te prometo que lo hago esta semana,
pero déjame votar, qué mas dará. Por favor… ¡Si soy yo!
-Joder, en qué lios me metes, te voy a matar… Venga, anda, vota.
Empezaba a sentirme observada por el interventor.
Efectivamente, me miraba con la boca abierta. Y con él, los
vocales, el secretario, el de seguridad y el del catering que entraba
por la puerta. Fue muy descarado. Puede que saltarme por
tercera vez las normas en menos de una hora no fuese lo más adecuado. Tenía que empezar
a portarme bien, me había poseído un espíritu corrupto al nombrarme Presidenta. Qué dulce sensación de impunidad, es lo que tiene el poder. El
poder engancha, es peor que una droga. Y yo me sentía poderosa.
El día continuó tranquilo. Hasta las cinco
de la tarde, que volví a delinquir. Una mujer trajo su papeleta de
casa en un precioso sobre rosa perfumado. A ver, ¿quien era yo para quitar la ilusión a esa señora? ¡Si además nos había traído porras! Maldita
sea, ¡PORRAS! En esta mesa sois todos unos rancios. Total, que
estaba tan feliz pasando mi resacón haciendo barquitos en el café,
cuando veo aparecer por la puerta a mi ex. Oh, Dios… Tan
guapo, tan alto... Se me cayó hasta la porra
en la taza, perdida me puse. Debía ser firme y recordar porqué le deje.
-Rubia…
-Hola, Dani. ¿Qué tal?
-Bien, más o menos. ¿Y tú?
-Bien, bueno, normal. Nada relevante, mi vida es muy aburrida.
-…
Silencio, uno de esos en los que ninguno acierta
a decir “te echo de menos”.
-En fin… Déjame tu dni, por favor.
Manos a los bolsillos, la camisa, cazadora.
Nerviosismo, no lo encuentra.
-Juraría que lo llevaba, ¿dónde lo he metido?
En esto, mi vecina, que estaba detrás de Dani, gritó:
-Muy bonito todo, pero que se aparte. ¡Quiero irme ya!
-Usted cállese o le cuento a su marido que se tira al del 4º C. –respondí.
Quince minutos después, el dni seguía sin aparecer y
yo empezaba a ponerme nerviosa. Debía deshacerme de él, mi ex es un embaucador profesional.
-Dani, déjalo. No puedes votar.
-Isabel, estaba seguro de que lo llevaba, debe haberse caído o algo.
-Ya, bueno, pero esto es lo que hay. No puedes votar.
-No has tenido suficiente con dejarme, ¿también me vas a hacer esto?
-Ay, la madre, lo que hay que oír... Dani, te dejé después de que desaparecieses durante más de dos semanas, dejándome tirada sin ninguna explicación. Si lo piensas un poco, puede que no te parezca
tan raro.
Capullo arrogante... Con lo enamorada de ti que estoy.
-Ya te dije que estaba hasta arriba de trabajo, ¡que no tuve ni un
momento!
-No es falta de tiempo, es falta de ganas. Venga, por favor, te conozco
perfectamente y vas con el móvil hasta al baño. Un mensaje, una llamada rápida,
algo. Mira, déjalo.
-¿Que lo deje? ¡No me muevo de aquí hasta que me escuches!
Madre mía, ¡mi ex me estaba haciendo un escrache! Lo que me
faltaba.
-No es el lugar para montarme una escena, Dani.
-Pero…
-Se acabó, si quieres vota, pero no sigas con esto.
-¡Que no! Tienes que escucharme. –exclamó dando un golpe sobre
la mesa.
Y es que a mi ex, siempre le gustó mucho mandar, pero hoy
estaba en mi feudo. Esta vez, yo tenía el poder y ésta no se la iba a pasar. Como si se hubiese apoderado de mi el mismísimo Al Capone, me incorporé despacio y sin dejar de mirarle a los ojos, le dije en un tono muy templado:
-Dani, voy a pasar por alto lo de tu dni y que ni siquiera sea éste tu
ayuntamiento, pero si no quieres que te saque la policía esposado de aquí, vota
y vete.
Ay, Señor, otra vez abusando de mi autoridad, me había saltado las normas por enésima vez. El poder me estaba convirtiendo un monstruo, ¡tenía que salir de ahí! En tan solo unas horas, había cometido casi media docena de infracciones. Os parecerá
una tontería, pero empiezas así y terminas aceptando sobres. Yo mejor
no me arriesgo, ahora mismo me da un vahído y que me alejen de este asiento.
Saqué mi lado más teatrero y, haciéndome la sofocada, empecé a abanicarme con una
papeleta. Rápidamente, un vocal me preguntó.
-¿Estás bien?
-No, no, no, no. Me siento muy mareada, creo que me voy a desmayar.
-Sé lo que pretendes y quiero proponerte algo. Somos dos vocales, si
enfermas, uno de los dos te sustituirá. Si me designas a mí, me comprometo a pasar
por alto todo lo que has hecho hoy.
¡SERA SINVERGUENZA!
Me está haciendo chantaje, ¡CHANTAJE! ¿Qué clase de
infierno es éste? ¡Aquí no hay nadie de fiar! Y ahora, ¿qué hago? Si me quedo,
me delatará, y de aquí al cuartelillo hay un paseo nada más. Podría destituirle, pero sabe lo que he hecho. Al final, en política todos tenemos algo que callar. Ya estaba viendo mi primer expediente policial, o apareciendo en los periódicos bajo titulares como: "Parecía una buena chica". Acepto, que se ponga en mi sitio
ese vocal, yo no puedo más. Aun no sé quién ganará, ni lo quiero saber. Viendo lo visto, nada va a cambiar.
Y es que todo el mundo desea tener poder. Sólo desgasta a los honrados.