9 jun 2014

Dientes, dientes.





Soy de esas personas que piensan que las redes sociales, aun acercándonos mucho, nos han alejado más. Creemos que conocemos a mucha gente, pero en realidad no conocemos a nadie. Ponemos distancia entre nosotros a traves de un smartphone. Con lo fácil que es tomarse un café y charlar, compartir nuestras cosas en la cercanía, en lugar de hacerlo públicamente. Echo de menos las conversaciones de ascensor o saludarnos en el portal, pero estamos siempre atontados mirando la pantalla del iPhone. Podemos compartir mesa y ni siquiera mirarnos a los ojos. Eso sí, no dejamos de refrescar nuestro timeline, y si me apuras, mandamos un mensaje para pedir la sal.

El caso es que el otro día, en la consulta del dentista había un niño de unos diez años con su madre, ambos totalmente pegados al móvil. Ella le preguntaba todas sus dudas sobre el consumo de datos de WhatsApp y el pequeño las resolvía sin separar la vista de su Samsung SIII. Cabe destacar que el Smartphone del crío, era mucho mejor que el de su madre. En ese momento, me recordé con diez años, jugando con muñecas, cayéndome de la bicicleta, patinando y siendo curada con extremo cuidado por mi madre bajo el canto de “sana, sana, culito de rana”. Y es que si no has tenido las rodillas llenas de costras y mercromina (la roja, dejaos de mariconadas de cristalmina), no has tenido niñez.




Pero no creáis, yo soy igual. Antes de llegar a esa sala, había atravesado la calle con los auriculares puestos, mirando mi teléfono mientras se ponían en verde los semáforos e informando en Twitter de cuánto sufrimiento me esperaba por tener que ir a hacerme una endodoncia. Todo ello aderezado con mi clásica nota de sarcasmo y humor gracias al emoticono de la flamenca, que siempre es muy socorrido. Y el único que no me avergüenza usar, vaya. Así llegué al portal de Carmen, mi dentista, donde sólo levanté la vista del móvil para llamar por el telefonillo. Entras, te encuentras al portero de la finca, evitas cómo puedes el contacto visual y llega el momento más crítico de ser social: EL ASCENSOR.

No nos engañemos, las redes sociales son ese lugar donde mejor se defienden los más antisociales. Un mundo irreal que creamos a nuestra medida, un paraíso para demasiados egos sedientos de protagonismo, pero ese mundo no existe. Reconozco que me gusta Twitter, bien usada resulta una herramienta interesante. Puedes leer, expresarte, crear y compartir. Véase que no incluyo ligar, NO. Puede pasar, pero no es su finalidad. Así que insisto, no es el mundo real. Por lo menos no lo es sin red eléctrica. Volviendo al tema, me había quedado esquivando al portero. Atraviesas el pasillo y entras en el ascensor, donde un día cualquiera, hubieses hecho esto para tuitearlo bajo un “Ains” o “lloro”:




Pero no, HORREUR. Cuando ya se están cerrando las puertas, escuchas un "¡Espera, espera!" junto a una respiración acelerada. Alguien mete la pierna y se vuelven a abrir. Tienes compañía hasta el noveno. Si, si, NO-VE-NO.

-¡Perdona por el susto! Casi no llego…

-Tranquilo, no pasa nada.

Sin embargo, si pasa. Has roto mi rutina social antisocial, esa que tengo dominada. Esa donde puedo ver tu historial, saber quién eres, chequearte. Esa donde si no me gusta lo que dices, cómo eres o el mundo que has creado, te ignoro, no te contesto o incluso si me apuras, te bloqueo y hago desaparecer de mi mundo. Algo así como un asesinato virtual, amparado siempre por las surrealistas leyes de internet, las cuales nos proporcionan todo tipo de herramientas para que ese mundo irreal en el que vivimos, sea cada día más completo y humano. Qué gracia, nos aleja de lo humano, pero crea contenido para conectar con nosotros y que nos sintamos más humanos. Irónico, ¿verdad?

Una vez dentro del ascensor, ya sabéis.

-¿A qué piso vas? –Me preguntó

-Al noveno.

-¿Al dentista? Qué casualidad, yo también.

-Aham...

-No te había visto nunca.

Venga, pregúntame si vengo mucho por aquí y ya me matas. No es que sea borde, es que un “buenos días” basta, no nos pasemos. Me incomoda la gente que se entromete y pregunta mucho sin dar yo pie. Y no solo en la vida real, también en las redes sociales. No lo soporto, es que no lo soporto. El muchacho marca el noveno, se cierran las puertas del ascensor y se coloca detrás de mí. Observo de reojo cómo tiene su mirada literalmente clavada en mi culo. Podrías ser un pelín más discreto, igual tengo que meterte el dedo en el ojo para bloquearte en este mundo, o dejarte ciego. Incomodidad extrema. Casualmente, aun llevaba los cascos con la música muy bajita y empezó a sonar esto:




(Enjoy the song, please)

No había banda sonora más apropiada para lo que me esperaba. Subí la música (Subidla, es una orden). En fin, ya había socializado bastante por ese dia y mi guerra, en ese momento, era dental. No os vayáis a pensar que el ascensor era precisamente moderno. No, no, era uno de estos muy viejos, de poco más de un metro cuadrado, lento que dan ganas de tirar tú mismo de las poleas. Cuál fue mi sorpresa, cuando a la altura del segundo piso, noté como algo me rozaba el culo. ¿Serían imaginaciones mías? ¿Un mal movimiento de él? Giré la cabeza un poco hacía atrás mirando con mi clásico gesto: “Espero que no hayas hecho lo que estoy pensando, porque te arranco la mano”. Sólo le faltó silbar disimulando.

En ese instante, oímos un golpe muy fuerte en el techo y el ascensor se paró de repente. Se abrieron las puertas y vi que estábamos entre el segundo y el tercero. Esto no me puede estar pasando. ¡Ay, que no puedo respirar!. Ya me veía muriendo diseccionada cuando tuviese medio cuerpo fuera y el ascensor cayese bruscamente. El botón de alarma no funcionaba. Levanté la mano buscando, pero mi móvil no cogía cobertura, GRACIAS BOBAFONE. El único que parecía encantado de lo que estaba sucediendo, era el presunto guarro que me acompañaba, que sonreía con expresión de satisfacción. Fueron los 45 segundos más largos de mi vida. Sin más, el ascensor volvió a funcionar. Dios existe.

-Vaya susto te has llevado, ¿eh? A mí no me hubiese importado pasar un buen rato aquí encerrado contigo.

-(…cara de asco…)

El paso por el cuarto y quinto piso se me hicieron eternos. Respiraba conteniendo las ganas de darme la vuelta y cruzarle la cara. Antes de llegar al sexto, me volvió a tocar el culo. Mira, esto ya NO. Me di la vuelta cabreadísima.

-Mira, chaval, ni se te ocurra volver a rozarme o te doy una hostia que te catapulto hasta el noveno en velocidad absurda.

-Perdona, es que el ascensor es muy pequeño y…

-Y mierda. Mete las manos en los bolsillos y ni respires hasta que se abran las puertas o te arranco la cabeza.

Se conoce que no me expliqué lo suficientemente bien, porque el susodicho no lo captó y, antes de llegar al sexto, volvió a tocarme el culo. Las últimas palabras que escuchó salir de mi boca, fueron éstas:

-Te lo advertí.

Con la misma, me di la vuelta y con todas mis fuerzas…




La bofetada le dejó tiritando las pestañas, así que aproveché para sujetarle de los hombros y darle un rodillazo en los huevos. Oye, el trayecto se me había hecho larguísimo hasta que empecé a pegarle en el sexto. Cuando me quise dar cuenta, ¡se abrían las puertas en el noveno! En realidad, mejor, quizás romper el espejo con su cabeza hubiese sido excesivo. ¿Qué se ha pensado este cerdo? Encima de que soy educada y doy una oportunidad al mundo en el que me han impuesto vivir. Mira guarro, ni tú eres bombero, ni yo voy por la vida ON FIRE para que me vengan a apagar ningún fuego. ¿Y tú quieres que me entristezca por no conocer a los hombres? No me jodas, Confucio, como se nota que no eres rubio.

Vale, este tío era un depravado, pero la necesidad que tenemos de conectar con la gente, no desaparecerá jamás. Y es la clave de los mayores éxitos. 

Levanta la cabeza del móvil, no sea que te estés perdiendo algo. O a alguien.

@isabel_ecogest




8 comentarios:

  1. El otro día con prisas camino del dentista. Si, esos tipos que en la Edad Media se hubieran dedicado a ser torturadores. Llegaba algo tarde a la cita y cuando entré en el edificio descubrí que una chica estaba entrando en el ascensor. Me di una última carrera y con un grito conseguí que mantuviera abierta la puerta.

    -Uf, perdona por el susto -dije, haciéndome un hueco en el minúsculo ascensor.
    -Tranquilo, no pasa nada -me contestó una chica rubia, con gafas de sol y las manos cargadas con una botella de agua, un teléfono móvil más grande que su cabeza, unos cascos puestos y un bolso que ocupaba el resto del espacio disponible y que parecía haber cargado de ladrillos.

    -¿A qué piso vas? -pregunté, culebreando para llegar a los botones mientras ella me miraba con una muesca de asco por encima de sus gafas negras.
    -Al noveno -dijo con voz gélida, dejando de mirarme y escribiendo furiosamente en su smartphone.
    -Anda, je je, como yo. Nunca te había visto por aquí.
    -Ya -me contestó, inmersa ya en la música que sonaba furiosa a través de sus cascos.

    Vale. Decidí mantener cerrado el pico el resto del trayecto, esperando que pasara lo antes posible. Fue entonces cuando ella, absorta, seguía el ritmo de la música que retumbaba en todo el ascensor como si se tratara del hilo músical, golpeó con su enorme bolso el botón de parada, haciendo que nos detuviéramos en seco.
    -Joder -dijo, sin darse cuenta que había sido ella- lo que me faltaba.
    Como soy un chico tímido, intenté hacerla a un lado para conseguir apartar su bolso del cuadro de botones y que el ascensor siguiera su curso. Por algún motivo que desconozco, ella me lanzó una mirada de odio, pero conseguí que se moviera lo suficiente y comenzamos de nuevo la subida.
    -Vaya susto ¿eh? -dije- bueno, tampoco me hubiera importado quedarme un rato contigo, je -dije yo estúpidamente, tratando de ser simpático.

    Ella ni siquiera me contestó y siguió con su música, dándome leches con el bolso-maza que llevaba colgado del hombro. Me intenté hacer a un lado, pero ella, entre su bailoteo, su gigantesco móvil y el bolso ocupaba prácticamente todo el espacio disponible. Tuve tan mala suerte que intentando irme a una esquina, recibí otro bolsazo en mis partes. Conteniendo la respiración lo aparté, con tan mala suerte que sin querer rocé su espalda, lo que provocó que se diera la vuelta inmediatamente.

    -Mira, chaval, ni se te ocurra volver a rozarme o te doy una hostia que te catapulto hasta el noveno en velocidad absurda.

    -Perdona, es que el ascensor es muy pequeño y…

    -Y mierda. Mete las manos en los bolsillos y ni respires hasta que se abran las puertas o te arranco la cabeza.

    Intenté empotrarme en la pared, cagado de miedo, pero era literalmente imposible y más teniendo en cuenta que mi acompañante había unido un taconeo inquieto a su bailoteo obsesivo. Así que ocurrió lo que tenía que ocurrir, en un momento en el que decidí respirar, mi mano volvió a tocar su bolso que a su vez tocó su trasero. Con una velocidad de movimiento que hubiera enviado Mohammed Ali, se dió la vuelta y me lanzó un tortazo y un rodillazo simultáneo que me dejaron prácticamente inconsciente. Antes de salir por la puerta, aprovechó para escribir algo en su móvil y se marchó, dejándome mortalmente herido.

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  2. Estimada Isabel,

    He empezado la lectura de tu post en la estación de metro de Tribunal, me he fijado que faltaban 5 minutos para la llegada del tren, me he sentado en un banco del anden, no recuerdo si tenía a nadie alrededor, me he introducido en el vagón a la llegada de éste. No soy consciente de como he entrado, ya que seguía con mi detenida lectura, pero he pillado asiento, pese a que venía lleno (creo).

    A la altura de Cuatro Caminos y dado el tema he querido saber quien me acompañaba en mi urbano viaje. Los géneros, edades y razas eran variados pero todos teníamos nuestro smartphone o tablet en la mano, todos excepto un tipo que leía una revista, tenia que ser el "Lib", el ""Prívate" o "Edad Legal" dada su cara de disfrute y deleite... He seguido a lo mío con cara de asco.

    He bajado en Plaza Castilla, como siempre y de manera automática, he subido las escaleras, he cruzado la calle, he entrado en mi edificio, saludado al conserje (no se quien estaba), he cogido el ascensor, he llegado a casa, he puesto la tele, he elegido Peli, me he descalzado, tengo una "sin" en la mano... mientras escribo todo esto.

    Definitivamente el pibe de la revista o era tu perturbado del ascensor o mi querido Fonso...

    Hasta el lunes
    F.

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  3. JAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJA!!!

    Estás como una cabra, Javier! Si no fuese porque Carmen, mi dentista, me comentó aquel mismo día que eras un guarro y también te habías pasado con ella, podía haber incluso colado... Por cierto, me ha dicho que aún no la has pagado.

    Besitos ^_^

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    1. Eso es mentira. Carmen está molesta porque cuando se confundió y en vez de ponerme un empaste me añadió tres dientes de más por error, no quise pagarle. Lo del ascensor es directamente una ensoñación: ella no puede subir ni bajar en ascensor ya que le esperan abajo todos los pacientes agraviados por ella, que le están haciendo un escrache permanente.

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  4. Como siempre, GRANDE FERNANDO.

    Un abrazo.

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  5. Las redes sociales nos acercan a lo lejano y nos alejan de lo cercano. Cada día tropiezo con algún mancebo o manceba que a duras penas cambia de trayectoria a pesar del peligro que mi oronda humanidad supone. Eso sí, me cuido mucho de evitar el choque y nunca, nunca, nunca les toco el culo...por más atrayente que resulte...

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  6. No tocar el culo a desconocidas, por muy apetecible que sea, es una premisa básica para insertarse en la sociedad del mundo real.

    Mil gracias por el comentario!

    Abrazo ;)

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  7. Bueno, yo no me habría atrevido a tocarle el culo a nadie en el ascensor, pero... incluso admitiendo que es algo que no se debe hacer, supongo que el susodicho debió de encontrarse en esa situación en que piensas "o lo hago o me muero". ¿Nunca te ha pasado algo así? Claro que, por lo que cuentas que le hiciste, el susodicho estuvo a punto de morir por hacerlo jajajaja
    Saludos.

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