Gabo, (es que somos colegas), se nota que tu pareja no te ronca al oído mientras te aplasta haciéndote la cuchara. Me explico.
Hace tiempo que salgo con alguien, un gaditano. Oye, con la tontería de “sosho
parriba, sosho pabajo”, me ha conquistado. Me pierden los niños
simpáticos, bueno, este "niño" ya tiene unos años. Nos conocimos de vacaciones en Rota,
a cuatro días de irme, para ser exactos. Fueron 96 horas de infarto. Sexo,
risas, más sexo y más risas. Hasta que llegó lo inevitable, el
momento de irse cada uno por su lado.
Oh, oh... Problema, nos habíamos enamorado.
Un momento, UN MOMENTO. Mirad qué foto más cuqui del día que nos encontramos.
Ains... (suspirito) |
Las relaciones a distancia empiezan con mucha ilusión, pero
se acaban enfriando.
Dani y yo no queríamos que nos ocurriese eso, así que
decidimos dar un gran paso:
Irnos a vivir juntos. Encontramos un pequeño ático monísimo
en el centro de Madrid, solo había que amueblarlo. Cuánta felicidad nuestro
primer sábado en Ikea comprando trastos. Ya tenía mis platos Ljuvlig, el
mantel Skutta y, una vez estuviese montado el armario Snöalackmenhermän, nos
podríamos instalar.
Otro día os cuento qué destrozo para montar el dichoso armario.
Ya sabéis cómo son estas cosas, al principio no dormíamos nada. Nos
cruzábamos por el pasillo y ya estaba liada. ¡Sólo nos teníamos ganas! Puede que Dani roncase un poquito, sí, pero yo
estaba felizmente destrozada. A mí esos días, ni una bomba estallando en mitad del salón
me despertaba. "Bah, habrá cogido algo de frío. Pobrecito, acostumbrado al tiempo
del sur, Madrid en febrero... No seas exagerada, si con darle la vuelta, para". YA. Eso era lo que yo pensaba.
Hasta que llegó el día que darle la vuelta, no bastaba. ¡La madre que le parió! Aquello era insufrible, cada día
roncaba más. Al principio, yo hacia los tipicos ruiditos para que se callase. De los ruiditos pasé a los codazos y, de ahí, directamente a las patadas. NADA, no funcionaba nada.
¿Tapones en los oídos? LO INTENTÉ. Incluso me iba voluntariamente a dormir al sofá,
pero si semejante ruido atravesaba la barrera del sonido, imagínate el pladur de casa.
A la mañana siguiente, fui a la farmacia. Necesitaba ayuda profesional.
-Buenos días, señorita. ¿Qué desea?
-Venía a por algo para los ronquidos, ¿qué me aconseja?
-Depende, ¿qué tipo de ronquido es?
-No sabría decirle exactamente. Fuerte, bastante fuerte. Algo así como:
“GGrrGrromm…
fffffiuuu…GrRowooomm… ffffifuuu...”
Bueno, eso y algún “¡killo!”, así de repente, también se le escapa.
-¿Sabe usted el origen de los ronquidos? ¿Algún problema en el tabique
nasal?
-Oiga, no insinue cosas raras. En la nariz de mi novio, como mucho, ha entrado un spray nasal. Póngame lo
que más venda y tengamos la fiesta en paz.
Y salí de allí con unas tiritas para la nariz. ¿Algo tan
pequeño podría funcionar?
La verdad, me preocupaba más cómo se lo iba a tomar.
No nos veríamos hasta la cena, así que me pasé todo el día reventándole el
teléfono a mensajitos con emoticonos de corazones, caritas amarillas sonrientes
y alguna que otra flamenca,
por aquello de hacerle sentir como en casa. Todo
era poco para que supiese lo mucho que le amaba, porque con la mala uva que tiene, sabía que le iba a molestar.
Al llegar a casa, dejé la caja de las tiritas nasales en la
mesa donde solíamos cenar. Con suerte, se daría por aludido y no me tendría que
explicar. Pero no, aquello no iba con él, porque claro, el niño no roncaba.
-Tesoro, ¿quieres algo de postre? Yogur, manzana… (¿una
tirita? ¿un bozal?)
-Yo me viá i a la cama ya, killa. No puó con mi arma.
-Ve yendo, cielo. Ahora mismo voy.
Diario de a bordo: El primer intento de acercamiento ha sido un completo
fracaso. Cambiamos el rumbo y vamos directos a por el sujeto para neutralizarlo
de inmediato.
Segundo asalto. Modo miel:
-Dani…
-Qué dise la niña má guuuuuuuapa y con má arte de tó andalusia. Ven pacá.
-¿Tú me quieres?
-¡Aro, killa! ¡Como no ti vo a queré!
-¿De verdad?
-¡Que sí, caraho!
-¿Cuánto?
-¡Pué una jartá! Máh qui a mi vía.
-¿Harías cualquier cosa por mí? Yo por ti haría lo que fuese, te
quiero tanto…
-¡Pero qué te pazah, cohone! ¿Y ara paqué te levanta? ¿Andevá?
Y me levanté a coger las tiritas sin decir nada. Os podéis
imaginar su cara cuando se las enseñé. ¿Roncar? ¿ÉL? No, no, no, él es estupendo; era yo, que oía cosas.
Si, hijo mío, RONCAS, ¡y de qué manera! Pero para qué discutir, si puedo enseñarte los vídeos que he grabado esta semana. Una imagen vale más que mil palabras, y si la imagen va acompañada de los ronquidos de un león marino de dos toneladas haciendo temblar hasta las lágrimas de la lámpara, mejor.
Si, hijo mío, RONCAS, ¡y de qué manera! Pero para qué discutir, si puedo enseñarte los vídeos que he grabado esta semana. Una imagen vale más que mil palabras, y si la imagen va acompañada de los ronquidos de un león marino de dos toneladas haciendo temblar hasta las lágrimas de la lámpara, mejor.
-¡Illa, ezo no pué zé, yo no ronco! ¡Por loh cohone me viá a poné ezo!
-Pues si no eres tú, tenemos que hablar con el orco que vive debajo de
la cama. O eso, o necesitas un exorcismo. Tú verás.
Le sentó como una patada, menudo carácter. Al final, accedió
a usarlas, pero aquello no solucionaba nada y yo necesitaba descansar. Tanto que incluso me inventaba dos viajes de trabajo por semana para no pasar la noche con él, y así poder escapararme a dormir en un hotel que había muy cerca de casa. Parecía una yonqui de cama en
cama. Le quería mucho, de verdad, pero no daba abasto para
antiojeras Olay.
Estaba completamente desesperada.
Las noches que tenía que dormir con él, eran un martirio. Miraba
el reloj, las tres de la mañana. Tic Tac Tic Tac… las cinco, las seis, así
durante semanas. Todavía tenía narices el tío, de decirme que tenía mu mala
follá por las mañanas. Me dormía
en el trabajo, tenía taquicardias y una mala leche que ni yo misma me aguantaba. Eso si,
él estaba fresco como una lechuga. Mi rencor aumentaba. Dicen que del
amor al odio hay un paso. NO, hay una putada. Y sus ronquidos lo eran.
La relación empeoraba por días y yo cada vez pasaba más tiempo fuera
de casa. Trabajando, se supone. Hasta que un día sucedió algo que no esperaba.
Una mañana, estando en el trabajo, llegó al móvil un mensaje de Dani, ME DEJABA. ¿Perdón?
Resulta que había encontrado las facturas de mis escapadas y estaba emperrado en que le engañaba. Y le engañaba, claro que si, pero a mi Morfeo ni me tocaba.
Le llamé inmediatamente, pero siempre saltaba el dichoso buzón de voz.
Ara no te puó atendé. Di argo yá o te varcarajo. Tú
verá, a mí me diguá.
Tenía que aclarar este lío, así que cogí corriendo el coche y me fui a casa.
No fue buena idea conducir, estaba demasiado cansada. Tanto
que me quedé dormida en mitad de la Castellana. Ay, señor, lo que fue aquello,
la lie parda. No me despertó ni el traqueteo de la ambulancia. Seis costillas
rotas, la cara doblada por el airbag y yo hablando al médico de no sé qué orco
en una tacita de plata. Pensaban que deliraba. Cuando pasó el efecto de los
calmantes pedí que, por favor, localizaran a Dani. Un par de horas después, escuché una voz en la puerta que exclamaba:
-¡Ay! Pero kiiiillaaaaaa, ¿capasao? ¿Andeiba tan follá, cohone?
¿Capasao? ¿CAPASAO? Te voy a dar “capasaos” hasta jartarme, desgraciao.
Dos semanas después, me dieron el alta. Dani no se separó de
mí en ningún momento, excepto por las noches, que le mandaba a roncar a otra planta. Esos días nos sirvieron
para aclarar las cosas y, de paso, alquilar otra casa. Una más grande que nos
permitiera dormir en camas separadas. Soy feliz con él, mucho, sobre todo desde que duermo sola y no me ronca al oído mientras me aplasta haciéndome la cuchara. Porque, Gabo, mucho más triste que unas sábanas vacías, son cien años de soledad.
Que nadie os quite el sueño. Mejor una cama vacía, que mal acompañada.
Buenas noches.
@isabel_ecogest