12 jun 2014

El 1% restante







A mí me suele pasar, nunca he tenido gato, pero me he acariciado contra gente.

Las caricias suelen ser moneda de cambio, una forma no verbal de agradecer, el comienzo de unos preliminares o un vicio excesivo en mi caso.
Me gusta acariciarlo todo. Desde la fruta en el supermercado hasta la cajera.

Esto me viene de pequeñoz, un buen día comencé acariciándome a mí mismo y no voy a negar que me gustó. Pero de todo se cansa uno, así que probé a acariciar otra gente.
Al principio tocaba a los familiares más cercanos, a mami, papi, la amiga adolescente de mi hermana mayor, esa que venía a casa con un escote más profundo que los pensamientoss de Nietzsche.

Las caricias no dejan indiferente a nadie, pero todo varía según quién y cuándo te las ofrezcan.
Supongo que ese momento, tras acariciar a alguien, esa adrenalina que recorre mis venas, la ansiedad por saber su reacción, es lo que me engancha.

Si consultamos a la gente de a pie si les gustan las caricias seguro dirán que sí.
Si les decimos que son de un desconocido seguro que sonríen nerviosamente y pensarán en el morbo. Pero la realidad es otra. Una caricia, gesto de afecto, es rechazada brutal e inconscientemente el 90% de las ocasiones. El 9% restante lo hacen conscientemente.
Doy fe, y pena.

No lo hago por morbo,  son caricias, no fricciones simulando el coito entre dos perros salvajes.
Toco con respeto, sin permiso pero respetuosamente, siempre.

A nadie le gusta que invadan su espacio vital, personal. Ese metro y medio de nada que necesitamos todos.
Y digo necesitamos porque yo también me vuelvo intocable en ocasiones.
Es tumbarme en la cama y todo cambia. A ver, hablo de dormir.
No soporto que me toquen cuando duermo. Doy calor, por lo tanto la gente me da calor.
A ver, “gente”, quizá ha sonado excesivo,  en mi cama somos dos.

El acoso lo realiza mi señora esposa.
Odio que me hagan la cucharita, sus pies siempre están congelados.
Los pies de las mujeres están muertos. Da igual que se haya metido bajo el edredón, dos mantas, sábanas y una colcha. Llegas tú, rozas sus pies y sientes un frío polar que te hace estremecer.

Siempre he sido muy optimista, en los malos momentos me gusta acordarme de los que pueden estar pasándolo peor que yo. Por ejemplo, los esquimales casados.

No soporto esos cambios de temperatura. Pero es que tampoco estoy a favor de que me inmovilicen cuando duermo. Mi mujer abraza de un modo que no hay escapatoria, yo soy muy de moverme en la cama.
A ver, hablo de dormir.
Me pone excesivamente nervioso que delimiten mis movimientos.

“Calla anda, si sólo es un rato, es que tengo frío, además tú te duermes rápido”  
Eso es verdad, suelo dormirme nada más tumbarme, es como los móviles que cuando los giras cambian la pantalla a modo vertical. Yo si me pongo horizontal ya no soy yo.

Debo ser el 1% restante en las encuestas. Aquél que agradece una caricia de un desconocido, pero en la cama...

Todos sacamos nuestro lado oscuro en la cama.

@TRYBALblz


2 comentarios:

  1. A mi me cuesta entender que exista alguien a quien no le gusten las caricias. Sean de desconocido o no. Supongo que es para gustos.
    Me siento totalmente identificado en la escena en la que te atrapa tu santa esposa. Yo padezco el mismo mal y... lo sufro en silencio.
    Saludos.

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    1. Da igual lo grande que sea la cama, al final se nos queda en una de 50cm. Al menos no estamos solos compañero.

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