Las cosas hay que probarlas, que estos filósofos son muy de
hablar por hablar. Así que, ni corta ni perezosa, me dije: “Chica, llevas una década bajo un nubarrón, a ver si el problema va a
ser tu localización geográfica. Mira
este señor libanés qué claro lo tiene, ya estás moviendo el culo "pallá" a exigir
el pedacito de sol que te toca. Si Mahoma no va a la montaña, BUELING.”
Nena, vuelos desde 9 euros. Haz las maletas, que nos vamos.
Y allí me planté, con un par. Y con una minifalda, algo que
no os recomiendo si vais a aterrizar en el aeropuerto Rafic Hariri. No veáis
cómo se las gastan en Beirut, 14 horas retenida y 12 interrogada. ¿Por qué me desnudarían? ¡ni que
llevase una bomba en las bragas! 29 horas después, llegué al hotel. Un sitio raro, pero por lo que me había costado, la cabra en el pasillo me pareció hasta
normal.
A la mañana siguiente, me desperté animada. Ni la detención
en el aeropuerto, ni el tiroteo de anoche, conseguirían desviarme de mi
propósito, QUIERO EL SOL BRILLANDO EN MIS NUBARRONES. Me arreglé un poco,
tapadita que no quiero más líos, y bajé a desayunar. Fue allí donde conocí a
Abdul, dueño del hotel. Y de la cabra.
Amor a primera vista. Yo tan rubia e inocente, él tan racial y... Tan racial.
No imagináis cómo le brillaban los ojitos mientras me miraba
dando pequeños sorbos a una infusión, más mono… Creo que era té verde, pero no
sé, la planta que usaba parecía un poco mustia y su olor me mareaba. Eso sí, de
sabor aseguraba que no estaba mal. Le pregunté qué era, me dijo que algo especial
que él cultivaba. Algo para los dolores del alma.
Suena bien, póngame una, que la naturaleza es muy sabia y como
mucho tendré una escurribanda.
Oye, qué día más bueno de risas pasamos, aunque se me fue un
poco la mano con el dulce y terminé un pelín empachada. Eché de menos un bocata
de jamón, pero no me pareció adecuado decir nada. Esa noche dormí como nunca, creo. Entre nosotros, no me acuerdo de nada. Me duele todo el cuerpo, será el jet lag. Ay, por Alá, Abdul está desnudo en mi cama.
Pasamos toda la semana juntos, me sentía sexi y poderosa como un diosa. Afrodita a mi lado era Falete acalorado, lo tenía todo y la relación avanzaba. Me presentó a su
familia, su madre me adoraba y ya le había cogido incluso el gusto a la leche
de cabra. Cuando llegó el momento de irme, me pidió desesperado que me quedará y yo, que estaba ciega de amor, acepté sin más.
Vaya, que por mucho humo que haya, me encanta el buen rollo que se respira en esta casa.
Vaya, que por mucho humo que haya, me encanta el buen rollo que se respira en esta casa.
Llamé a mi familia, la verdad es que no se lo tomaron muy
bien, para qué os voy a engañar, pero Abdul insistió mucho en traerlos, decía
que tenía la solución y solo debía hablar con mi padre. Me sorprendió un poco
que su hotel diese para tanto, los billetes y el SPA donde los alojó, le
costaron una pasta. Me olía raro y esta vez, no era esa dichosa planta.
-Cielo, ¿tienes algo
que contarme? (¿Habéis visto que cauta?)
-Nada, mi reina, nada. (¿Nada? ¡JA!)
No quise preguntar más, tenía derecho a mi cuento de hadas.
Fuimos a recoger a mis padres y mi madre me vio muy cambiada, sobre todo la
mirada. Mamá, ya te dije que éramos muy
felices y en esta casa, todos tenemos un brillo especial en la cara… Lo que
yo no sabía, era que en realidad estaba colocada.
Limemos asperezas alrededor de un té.
Tres tragos, un "piti" de esos y la cosa marchaba, las dos familias reían
relajadas. Mi chico salió un momento y volvió a recoger a mi padre en un Hamer. Coño, ¿desde cuándo tenemos nosotros un Hamer? Ni idea, en ese
momento todo me parecía bien y no le di mucha importancia. Tampoco a los tíos armados que cargaban cajas de té en una furgoneta detrás de casa.
Al rato, suegro y yerno volvían encantados, de alegría se me saltaban las lágrimas. Mi madre también parecía bastante integrada. Ya en la comida, mi padre muy bajito, me dijo que Abdul le fascinaba, pero yo de reojo vi en su móvil una foto
de 30 camellos pastando en el terreno de una gran casa. Imaginaos mi cara. Y yo pensando que para mi padre valía mi peso
en oro... ¡Una mierda!
Mi historia de las mil y una noches se desmoronaba. Abdul,
TENEMOS QUE HABLAR.
Cariño, ¿lo de los 30 camellos
de qué va? Y lo del Hamer, no sé, ¿es de tu padre? ¿De dónde sacas tanto
dinero? ¿Por qué escondes cajas con esa infusión tan rara? ¿Qué es eso de que
vas a pagar la hipoteca de mis padres? Ah, por cierto, tenemos que parar a hacer la compra, unos señores se han llevado todo el té que quedaba y nos han
dejado tiritando la despensa de casa.
Solo recibía evasivas, así que de camino al supermercado,
segundo asalto, mucho más directa:
-A ver, Abdul, QUE SI VENDES MARIHUANA.
-Mujer, solo a los
amigos.
-¿Solo a los amigos? Espero que no sean los 6.272 que tienes en Facebook, entre ellos, Obama.
-Bueno, es que soy un
hombre muy social, pero la vendo únicamente con fines terapéuticos.
-¿Uso terapéutico?
COÑO, ABDUL, ¿CUANTAS TONELADAS?
-Pocas. Tres, cuatro
como mucho a la semana.
Así es, mis sospechas eran ciertas, mi padre me había
vendido a un camello por camellos. Y no a uno cualquiera, al mayor traficante
de Beirut, distribuidor oficial de la Casa Blanca. Tócate los ovarios, esto es
ya lo que me faltaba. ¿Pues no venía yo buscando el sol para ponerme morena y me ha comprado un moreno por 30 camellos? A mi me ha mirado un tuerto muy cabrón.
Pero, ¿sabéis de lo único que tengo ahora ganas? De fumarme un cigarrito y llamar a
Moncloa para contarles que, por fin, he encontrado los famosos brotes verdes de
los que tanto hablan.
No hay comentarios:
Publicar un comentario