12 may 2014

Mariano José





Mira que estáis desafortunados los Marianos últimamente, ¿qué os pasa?




No, no quieres, Emiliano. No quieres invitarme, maldita sea, he dejado a tu hermano, ¿recuerdas? Soy la mala, la-ma-la. ¿Cómo puedes hacerme esto?
Yo era la única que no se reía de ti cuando, en todas las cenas, contabas que jugaste en los alevines del Madrid, la que te seguía el rollo en las eternas sobremesas de los domingos. ¡Y también la que aguantaba tus chistes malos! ¿Acaso todo ese sufrimiento no merece ser recompensado? La primera invitación de boda del año y tenía que ser la de mi ex cuñado. Qué suerte la mía.

La verdad es que Emi es un tío majo, salí con su hermano Fernando casi dos años. Lo dejamos en enero, por eso no me apetecía mucho verme en una boda donde me encontraría a mis ex suegros, y demás ex familia política, ansiosos por descuartizarme . No quería ir, pero el que fue mi cuñado, insistió muchísimo. Ya cuando me dijo: “Isabel, por favor, tú no puedes faltar”, se me cayó el alma al suelo y me vi obligada a aceptar. Así que, con infinita paciencia, me calce la pamela y unos taconazos. Iban a ser las seis horas más largas de mi vida.

18:00 horas: La ceremonia y el moquero.

Cuando aparecí en la Iglesia, ya estaba todo el mundo allí. Mi plan era llegar justita de tiempo, quería evitar exponerme al veneno de esos corrillos viperinos que se forman en la puerta en lo que llega la novia. Vosotros no conocéis a la familia de Fernando, pero son tela, telita, tela. Seguro que para ellos, yo era la malévola mujer que había destrozado la vida de su hijo, os podéis imaginar el panorama que me esperaba. La novia tardo en llegar tres minutos, para mi sorpresa buenísimos, todos me trataban fenomenal. Alucinada estaba.

Esperé que todos los invitados pasasen para entrar la última y me senté lo más atrás que pude. Todo ello bajo la atenta mirada de mi ex, que estaba en el altar con el novio. En dos minutos, ya tenía a Fernando sentado a mi lado. –Ay, Señor, qué boda me estás dando– pensaba yo. Y ahí se quedó, bien arrimadito a mí en el banco. De vez en cuando, se hacía el emocionado y me ponía ojitos mientras se sonaba los mocos, algo a lo que yo respondía con ligeras palmaditas de ánimo en la espalda. Así, hasta el "Podéis ir en paz". Para darle un sopapo.

POR FIN, PADRE. En paz no sé, pero irme me voy en cuanto tiren a éstos el arroz. Salimos todos de la iglesia. Después de muchos arroces, algunas lágrimas y unas docenas de pétalos de flores entre “¡VIVAN LOS NOVIOS!”, el recién estrenado matrimonio desapareció. Iban a hacerse esas horribles fotos con las que después nos torturan los recién casados durante semanas. Fernando se había ocupado de organizarlo todo, siempre le gustaron las bodas, y a todos nos esperaba un maravilloso cóctel en los jardines del hotel donde se celebraba el banquete.

-Ven Isabel, te llevo al hotel.

-No te preocupes, Fer, gracias. Prefiero llevar mi coche.

-No es molestia, yo te traigo cuando te quieras ir, de verdad. Vamos…

-Que no, en serio, que prefiero llevar mi coche y no depender de nadie. Gracias.

Que me conozco la historia, Nando. O llevo el coche, o tengo noche para rato.

19.30: El Cóctel de la Selva

Y allí estaba yo sola, sosteniendo muy dignamente mi copa, cuando el club de las cotorras ceremoniales cayó sobre mi como una avalancha. Estaba muerta, me habían tendido una emboscada. Había llegado el momento que tanto me aterrorizaba, iba a pagar cara mi deuda por haber dejado a Fernando. Para mi sorpresa, no fue así. Todas eran encantadoras conmigo, que si estás preciosa, que si menudo acierto mi vestido, que si estás radiante... Mira, o estas brujas mienten, o son unas cabronas no posicionándose con la parte abandonada.

¡OIGAN, LA MALA SOY YO! ¡LE DEJÉ, SI! ¡ENFADENSE CONMIGO, COÑO!

A los diez minutos, cómo no, apareció mi ex por detrás cogiéndome de la cintura
y, al oído, me preguntó cómo lo llevaba. Hice un quiebro de cadera sin dejar de sonreír a las damas y pedí disculpas por ausentarme un momento. Suena muy elegante, sí, pero lo que hice en realidad fue esconderme en el baño. Me llevó un rato contar los 3.274 mini azulejos de la pared. También aproveché para hacerme un selfie, pasarlo por diecisiete filtros de Instagram y colgar la foto en Twitter.
No, no tenía prisa, sabía que Fernando me estaba esperando fuera.

Nada más salir, no había abierto por completo la puerta y… ¡ZAS!

-¡Hola!

-Hombre, Fernando… Hola otra vez, cuanto tiempo, ¿no?

-Has tardado casi una hora, ¿estás bien?

-Claro… Ya sabes, las mujeres, los baños…

Casualmente, justo en ese momento salió del servicio de caballeros Alex, el hermano de la novia. Alex era el típico guaperas espectacular, la viva imagen de Ryan Reynolds. Chicas, para morirse. Saludó encantador y se quedó charlando con nosotros. Faltaba poco para la cena y llamaron a Fernando para que comprobase que todo estuviese correcto, los novios iban a llegar ya. Se fue a regañadientes, no quería dejarnos a solas. Alex y yo volvimos al cóctel, allí seguimos hablando mientras paseábamos por los jardines del hotel.

-Vaya, Isabel, la verdad es que estás preciosa. No quería decírtelo antes por si Fernando se molestaba, todos sabemos cómo es. ¿Lo estás pasando bien?

-Mmmmmm… Bueno, podría ser peor.

-Las bodas son un horror, es verdad…

-Hombre, y para mi en este caso más. Imagínate, después de haberlo dejado con Fernando, la situación es muy incomoda. Emiliano y tu hermana son maravillosos, insistieron tanto en que viniese, que no tuve valor para negarme, pero... En buena hora, vaya.

Antes de que respondiese, escuchamos un ruido detrás de nosotros. Nos dimos la vuelta sobresaltados, pero allí no había nadie. El caso es que me pareció ver algo que se movía entre los arbustos. Efectivamente, escondido detrás de unas hortensias estaba Fernando, llevaba siguiéndonos un rato. Alex y yo nos miramos. Nuestro espía, entre nervioso y avergonzado, nos dijo que la cena iba a empezar y había salido a buscarnos. Me terminé el vino de golpe, respiré hondo y fui dentro dejando a los dos atrás. Ya me estaba cabreando.

21:00: La cena de los idiotas.

La cena se presentaba ideal, me habían sentado en la mesa presidencial. Concretamente, entre Alex y mi ex. Todo transcurría con normalidad salvo un par de detalles. Por ejemplo, el brazo de Fernando rodeando mi silla, o su constante boicot cuando el hermanísimo intentaba hablarme. Así durante dos horas. Para cuando llegó el momento de la tarta, me había bebido yo solita media botella de vino. Mientras trataba de servirme otra copa sin que se derramara, me sentí observada. Horror, la novia me miraba dando saltitos con el ramo en la mano.

-Por favoooor… Por favor, por favor, por favor… –Repetía ella entre pucheros.

-¿Yo?  –Exclamé haciéndome la sorprendida, como si no fuese la cosa conmigo.

-Siiiiiiiiiiii… Isabel, por favor, ponte… ¡Voy a tirártelo a ti!

Y yo, que soy gilipollas, allí me fui con todas las solteronas de la boda. Pues mira, si, FUI. A ver si con suerte me dan con el puto bouquet de flores en la cabeza y acabamos con esto. Y me dieron, vaya que si me dieron, concretamente en toda la cara. Sin piedad, a ramo abierto. ¡PLAS!. Esas rosas blancas, llegan a tener espinas, y yo hoy os estoy escribiendo con la cabeza vendada. Vuelta otra vez al baño, esta vez para asegurarme de que no tenía hojas de pino metidas en el moño. Algo que, con el hostiazo que me habían metido, era bastante probable.

Al salir del aseo, como no, tenía a la comitiva en la puerta. Fernando y Alex esperaban que saliese alli charlando. Con la tontería había creado un Meeting Point en el pasillo del baño, bravo Isabel. Total, que volví escoltada a la mesa. Estaban a punto de sacar la tarta, cuando mi ex se levantó dando unos golpecitos en su copa, era la hora del brindis. Con la mano sobre mi hombro, soltó un discursito sobre el amor eterno que escuché ojiplática porque, entre lo que pesaba su mano y que estaba un poco borracha, no me enteraba de nada.

 -… y ojalá en nuestra boda, tu brindis sea tan bueno como el mío, hermano.

¡UN MOMENTO, UN MOMENTO, UN MOMENTO! Mis ojos abiertos como platos. ¿Nuestra boQUÉ? Todos nos sonreían con ternura, menos Alex, que nos miraba muy extrañado. No podía montar un espectáculo, lo último que quería era estropear el día a los novios. La gente aplaudía el brindis y el camarero aparecía empujando el carro de la tarta, yo no sabía ni donde meterme. Por cierto, pedazo de tarta nupcial se marcaron, siete pisos de nada. La verdad es que era preciosa, tan grande y blanca. Si, si, esa. La típica de las pelis americanas.

Camarero, más vino que me ayude a pasar este pastel. No me juzguéis, de alguna forma tenía que llevar el mal trago que estaba pasando. Y esa noche, había decidido hacerlo con un buen Cabernet Sauvignon del 2007. Todos comíamos el postre hasta que, de repente, bajaron la luz. Empezó a sonar la música, había llegado el ansiado vals. Qué romántico. Poca luz, los novios en el centro bailando y Fernando agarrándome la mano bajo la mirada del sorprendido Alex. Surrealista. Y todavía os preguntáis por qué decidí beber…

00:00: El Fatídico Baile.

Fue un vals muy largo, o por lo menos a mí me lo pareció. Cuando terminó, el tipo de música dio un giro radical y los novios nos invitaron a unirnos para bailar con ellos el “Waka Waka”. Mira, yo por ahí no paso. Me niego a meterme entre toda esa gente a menear las caderas como si fuese una Moulinex, eso se lo dejo a la churri hortera de Piqué. Así que me levanté para ir al servicio otra vez, que con tanto vino, necesitaba echarme algo de agua fría en la cara para despejarme un poco. ¿Y quien estaba en el Meeting Point cuando salí esta vez? Alex.

-¿Estás bien?

-Claaaaaaaaro… ¡Hip! Oye, una pregunta. Tú… ¿Tú estabas atento en el brindis? Es que no sé, me ha parecido… Igual soy yo que no he oído bien y…

-Eso es precisamente lo que llevo intentando preguntarte durante toda la cena, ¡pero Nando me interrumpe constantemente! ¿Cómo que lo has dejado? Si mi hermana me ha dicho que tenéis pensado casaros este año.

No acerté ni a responder, me quedé helada durante unos segundos, hasta que el calor del cabreo empezó a hacerme ebullición en las entrañas. Busqué a mi ex con la mirada y ahí estaba, hurgando en mi bolso buscando algo. ¿Qué buscaba? MI MÓVIL. Aproveché que pasaba un camarero para coger una copa de su bandeja y engullirla de un trago. No podía dejar de mirar cómo el capullo de Fernando husmeaba en mi teléfono, solo quería llegar y matarlo. Aún recuerdo la canción que sonaba mientras atravesaba ese salón lleno de invitados.




Estaba a solo dos metros de Fernando cuando me vio. Soltó rápidamente el móvil y se metió entre la gente. Yo le seguía de cerca, esquivando a un montón de borrachos con corbatas en la cabeza bailando como locos. Él miraba de vez en cuando hacia atrás, pero a un escaso metro de los recién casados, resbaló precipitándose al suelo. Mientras caía, se agarró a la cola del vestido de la novia. Ella consiguió sostenerse unos metros en pie dando pequeños saltitos, antes de caer bruscamente contra la tarta nupcial de siete pisos medio empezada.

Dicen que antes de morir, ves pasar toda tu vida en un segundo. Pues bien, yo lo que vi, fue como aquella preciosa novia tropezaba con su propio cancán y se desplomaban sobre ella, uno tras otro, los siete pisos de la tarta. Y eso no fue todo. Cuando su marido y sus padres fueron corriendo a ayudarla, patinaron con la nata que había por todo el suelo cayendo aparatosamente. La pobre novia se levantó como pudo con la ayuda de su hermano, dejando medio vestido debajo del culo de su madre, que aun permanecía en el suelo tras el batacazo.

A todo esto, Fernando se había incorporado y, con la respiración entrecortada
por la carrera que se había pegado, observaba la escena con cara de agudo estreñimiento. La novia lloraba desconsolada abrazada a su hermano. Su vestido roto, media pierna al aire. Emiliano intentando levantar a sus ya suegros del suelo. Esa chica, destrozada en su gran día, me estaba partiendo el corazón. Tenía que pensar algo rápido para arreglar aquel destrozo, pero como estaba un poco (bastante) borracha, no pude evitar empezar a reírme a mandíbula batiente.

Mis carcajadas dieron paso a un silencio sepulcral. Todos se giraron a mirar.

-¡CUIDADO, APARTAOS!  – Grité pidiendo paso con los brazos.

-3… 2… 1… ¡VOY!

Y fui corriendo con mis tacones de 14 centímetros hacia donde se había caído la tarta. Resbalé, obviamente era mi intención, me pegué la gran morrada. Cogí con la mano un trozo de tarta y se la tiré a Fernando a la cara, el muy atontado no se enteraba de nada. En ese momento, el único que entendió lo que intentaba hacer fue Alex, que vino corriendo hacia mí y se dejó caer al suelo dándose una buena culada. Poco tardaron el resto de amigos de la pareja en unirse a nuestra fiesta de la "espuma". Así hasta que todos nos pusimos perdidos de nata.

Conseguí mi objetivo, la novia dejó de llorar. El único remedio para superar el ridículo, es la solidaridad. Gracias a ésta, aquel desastre que los novios hubiesen recordado como el peor día de su vida, se convirtió en el bodorrio del año. Aún tenía pendiente una charla con Fernando, debía explicarme por qué no había dicho a nadie que lo habíamos dejado. Sin embargo, me pareció más importante evitar que sus celos destrozasen la boda de su hermano. Porque, para su información, Mariano, ese fue precisamente el motivo por el que dejé a Fernando.

Sus celos.

Era, como usted bien dice, extraordinariamente celoso. Y por esa enfermedad,
nuestro amor no cumplió ni dos años.


@isabel_ecogest

6 comentarios:

  1. Aunque no todos los que aman son celosos, quienes son celosos, lo son porque aman. Y mientras esos celos no sean enfermizos, tampoco es tan negativo.
    Eso si, un diez para tu solidaridad.
    Saludos.

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  2. ¡Muchisimas gracias! Un abrazo fuerte ;)

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  3. Pero, entonces, déjame que me aclare, hubo tema con Fernando al final ¿no? Matarile, pim pam pum, dale que te pego. Esas cosas.

    Tengo varios detalles que destacar:

    Cualquier boda donde se lance arroz, tubérculos, legumbres, cereales o complementos florales merece la decapitación de todos los participantes.

    Cualquier boda con baile organizado de los novios provocaría mi huida sin reparos.

    ¿Te hiciste un selfie y no lo vi? ¿Esto que es? ¡Qué falta de respeto por las leyes de la red!

    Tu aventura final con la nata me recuerda la boda de un primo, en la que se acabó jugando al rugby en calzoncillos en los jardines del lugar donde se celebraba, en Madrid.

    Por lo demás, muy divertida tu entrada, Isabel. Espero que Alex te siga llamando.

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  4. JAJAJAJAJJAJAJAJAJAJJA! Solo responderé al tema de Alex con un "estamos trabajando en ello"...

    Gracias por el comentario, ¡canalla!

    Un besazo!

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    Respuestas
    1. Dale duro, entonces, ése cae en tus redes de malvada ex. Al final va a quedar todo en familia. Sólo prométeme una cosa: si acaba en boda, me tienes que invitar. Eso sí que sería divertido, con tu ex acabando de cuñado acosador. Uy, qué lío, esto parece una de las historias que escribo en mi blog...

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